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La Techada feliz

Ya se sabe que nadie sabe casi nada de la vida cuando elige de qué club será hincha. Leo un libro delicioso, Desde la Boca, de Martín Kohan y Ricardo Cohen, donde se habla mucho de ese momento clave en la existencia.

A veces, muchas veces, la elección viene del tronco mayor de la familia, el viejo; otras veces, en mi caso, de un tío (el tío "Name" Musa). Es una encrucijada decisiva que se presenta en la infancia pero que uno realmente no advierte la verdadera dimensión que tomará ese día en su vida. Recuerdo perfectamente el día que me hice hincha de Boca y también, porque el fútbol en el plano local acontece como una decisión de infancia, el día que me hice de Independiente.

Por entonces no sabía que Santamarina y Ferro representaban a las clases populares. Sabía, sí, que no habría nunca jamás un club tan popular como el aurinegro, y no tenía idea, a los diez años, que Independiente era el club de los tenderos y los comerciantes, el club, para decirlo en poquísimas palabras, de la clase media.

En esos días tampoco tenía muy presente que serían pocas las veces de los festejos futboleros con el rojinegro. No llevaba las estadísticas pero estaba claro que Santamarina y Ferro eran los más ganadores y que por ahí ocurría un milagro, como el del "Trueno Verde" de Excursionistas, cuando le ganó aquellas finales de infarto a Santamarina en el Estadio San Martín, en el 76 o el 77 y se coronó campeón, patentizando el siempre refrescante triunfo de David contra Goliat. O el único título como campeón de la Liga Tandilense de Fútbol que en 1981 obtuvo el club La Movediza -el sábado cumplirá 100 años de que fue fundado por los trabajadores picapedreros al pie del cerro en los suburbios de Villa Laza. Eran excepciones a la regla. Nosotros, el rojinegro, también a fines de los 70 y 80 tuvimos nuestros títulos, pero está claro que los grandes solían llevarse todo y uno tenía perfectamente naturalizada esta cuestión.

Cualquier futbolero de ley tiene sus cábalas, sus ritos, sus supersticiones. Una de ellas, por ejemplo, tiene que ver con la que motiva la ausencia. Por esas cosas de la vida uno toma distancia, a veces sin ninguna razón en particular. La distancia es el paso atrás en el boxeo. O se distancia para no pelear o para tener otra perspectiva, o, si el desapego ya es más intenso, para convertir ese paso atrás en un no regreso.

Mi distancia con el fútbol local, con el rojinegro, para ponerlo en clave de hincha, empezó hace bastante, y fue sincrónica, supongo, con el vacío fatal que aconteció en el fútbol lugareño, ese que había lucido estadios repletos y toda la liturgia futbolera, cuando todavía la sociedad no se había roto en mil pedazos e ir a la cancha era una fiesta más allá del resultado. Después todo cambió y no vamos a hacer sociología de café en las treinta líneas de esta nota. Cambió el fútbol, cambió la sociedad y también cambiamos nosotros.

Así que dejé de ver al rojinegro y dejé de ver el fútbol local en general, pero me quedó en la memoria de la pelota el registro social e identitario de lo que cada club representa.

Hace algunos días supe que el campeón local se iba a dirimir entre Independiente y Gimnasia. Dos instituciones con mucha historia detrás y con pocos títulos. Cada uno, además, tiene su propia matriz social, su origen, su referencia. Claramente Gimnasia, con mucha mística, es el que más tiene que remarla. A Independiente, una institución modélica, le vino mejor el formato que empezó a tomar la ciudad a partir de 2000, con un fuerte ascenso de las clases media y media alta, y con la gestión de una dirigencia muy responsable hoy luce consolidado y sin techo visible de crecimiento.

Me pregunté, hace días, si la historia habría cambiado en la cancha. Si Independiente y Gimnasia todavía tenían que seguir remándola contra los grandes de la ciudad. Pensé en volver. Eran dos partidos a cara de perro en el Estadio San Martín donde se dirimiría el título. Pensé también, como cualquier futbolero, que si hace mil años no vamos a ver a nuestro equipo, por las razones que sean, tampoco deberíamos ahora, no sea cosa que le traigamos mala suerte y que pierda.

Así que no fui. Anoche una amiga rojinegra, desde el San Martín, me pasó las novedades por Watshapp. Independiente había perdido el segundo y definitivo partido. Gimnasia era el campeón. Lo tomé con la filosofía de este tiempo: con una muy medida amargura. De aquellas rebeldías de juventud me queda tal vez la más utópica, la que siempre se celebra por lo excepcional del caso: cuando el más pobre, el que menos liga tuvo, el que salió más jodido cuando Dios tiró los dados, tiene una noche feliz. La Techada del San Martín, esa techada que construyó don Ofelio Alí, repleta de hinchas de Gimnasia, dio testimonio de esa felicidad.

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