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El llanto y las fuerzas del cielo

Me llama un amigo y llora. Tres llamados más, otro amigo y una amiga, y es el mismo llanto que se escucha al otro lado del celular. Es gente dolida. Yo, que he dejado las lágrimas para otras pérdidas (con las cuales vengo agotando el stock), no puedo ver en lo que ha pasado, en lo que acaba de pasar, sino el preludio de otro fracaso, un fracaso mucho más grave que los anteriores. Pero, como dice Jorge Asís, todo el mundo tiene el legítimo derecho de fracasar, incluido, o, sobre todo, el flamante presidente electo.

¿Cuándo empezó el fatídico derrotero para quienes creemos, por ejemplo, que la justicia social nunca será una aberración, concepto que, según la mayoría de votantes, sí lo es?

Empezó, teorizando, cuando la señora Cristina, con un tuit, nos hizo saber que su amigo Alberto -con el que se había peleado y luego reconciliado- sería su candidato a presidente. Con un tuit, así nomás. De este episodio parece que hubiera pasado un siglo, pero no: ocurrió hace cuatro años. Después se volvieron a pelear y el presidente no fue ni títere ni traidor, en definitiva no fue nada, que es lo peor que le puede pasar a un presidente de la Argentina. Le quedan algo así como catorce días en el sillón de Rivadavia, convertido en un holograma que vaya a saber en qué transmuta cuando llegue el día de entregarle la banda al esperpento electo. (Ahora bien, por cierto respeto a los lectores, pienso que debería retirar el sustantivo con que lo vengo identificando en notas y posteos).

Volvemos al principio del final. El presidente delegado flotó en una nada insustancial y así llegamos hasta ayer nomás, transformado en un fantasma, mientras su ministro de Economía perdía por goleada el balotaje. En medio del derrotero alguien dijo una gran verdad, que molestó al hijo de la señora. Todas las verdades tienden a ser molestas. Axel Kicillof dijo en un acto ante su hinchada que "había que ponerse a componer nuevas canciones". Una verdad grande como una casa. Que estaba todo bien con Perón, Evita, Néstor y Cristina, pero que la política no vive de la nostalgia y se imponía que los muchachos agarraran la guitarra y se pusieron a componer.

Es lo que hizo, desde hace algo así como dos años, un economista de frágil equilibrio psíquico (obsérvese que debido a la investidura de flamante presidente electo no lo tipifico como un desquiciado). Se puso a componer una nueva canción. En honor a la verdad, nadie daba dos mangos por ese tema. Una letra chocante, una melodía muy fea, y él, el cantante, era un tipo que no podía ser telonero de un show en Macanudo. Pero bueno, compuso una nueva canción y el público, harto de las mismas canciones de siempre, le compró el temita, y los medios empezaron a pasarlo en loop, a repetición, y ya sabemos cómo terminó esta historia. Es más temible, ya sabemos, la socia que ya lleva como vice (el karma de todos los presidentes) que su propia psique y su completa inexperiencia para gobernar, pero nada de todo esto ya tiene sentido escribir. Lo que es, es. Y sanseacabó.

Entreví esta catástrofe durante mi visita al gomero mileista. He escrito bastante sobre él. Se llama Manuel, dueño de la gomería El Viejo Matías. Es un mileísta acérrimo, el paradigma del mileísta: detesta a "los vagos y planeros". Es, Manuel, aquel sujeto político del peronismo que el peronismo perdió. Es un gomero, trabaja con las manos, con la fuerza física y, por supuesto, como todo mileista, no brilla por la sutileza. Lo conozco hace muchos años, soy su cliente y me gusta escucharlo porque lo peor que le puede pasar a alguien que trabaja con las ideas es no entender qué está ocurriendo en "el subsuelo de la patria sublevada" (la cita es de Raúl Scalabrini Ortiz, al describir el 17 de octubre).

Así que ayer sábado, o sea en la antevíspera, fui a calibrar las gomas del auto y lo dejé hablar. Hace un par de años conté que Manuel había comprado una Amarok cero kilómetro y que tuvo que devolverla porque la cuota mensual se le fue a las nubes. Pensaba, mientras él hablaba, si todavía le dolería aquel tropiezo y si creería que si Milei ganaba la elección él podría otra vez llegar a su camioneta soñada. Hasta que le hice la pregunta fatal: "Decime, Manuel, entre tus clientes, ¿cuántos votan a Milei?". Me contestó con total naturalidad y franqueza: "El 95% de mis clientes". Pensé, en un momento, dos cosas: 1) Que el gomero estaba muy entusiasmado. 2) Que buena parte de los clientes lo estaban chamuyando para no contradecirlo.

Cuando en el atardecer del domingo empezaron a clarear los guarismos, y el balotaje comenzó a tomar el sesgo de una paliza, recordé a Manuel, a su antiperonismo visceral, y al abismo por el que nos habíamos caído. Cuarenta años después de la recuperación de la democracia, la misma democracia terminó con una grieta para, probablemente, abrir otra peor. Sin embargo en estas horas, en la medianoche del domingo, quienes hemos hecho de la democracia un credo de fe, debemos respetar la melodía sagrada de las urnas. Está sonando una nueva canción, una canción que no nos gusta nada pero que la mayoría pidió como se la pedía en las guitarreadas y los fogones: una que sepamos todos.

Ahora le toca el turno al guitarrero de la motosierra. Guitarra y motosierra parecen antónimos, y lentamente se observa en el personaje la pérdida de su genuinidad. Macri lo empezó a castificar tras su derrota en la primera vuelta, y en su noche de gloria, tras consagrarse presidente electo, leyó su discurso para evitar cualquier patinada. Tenemos un nuevo presidente. Habrá que ver qué hace o qué deshace y cómo su mente actúa atendiendo el principio de que a cada acción le corresponde su reacción. Insistió en que para ganar había confiado en "las fuerzas del cielo", una energía inmaterial que le da ese toque border que lo llevó tan lejos. Cuesta mirarlo sin ver el rasgo grotesco de la caricatura. Milei también, a su manera, es un roto. Es el roto que juró venganza el día que a los veintidós años no le renovaron una pasantía en el Banco Central. Veremos qué pasa ahora que tiene la llave para cerrarlo. Anoche abjuró de la tibieza y el gradualismo. Todavía no se sentó en la silla eléctrica del poder y mientras sus acólitos siguen cantando "que se vayan todos y no quede ni uno solo", ese estribillo tan propio del fascismo, él debería corregirlos y decirles que no, que ahora queda uno, Uno, Uno Solo, él, liberal-libertario y su violencia explícita, él y sus ideas de la libertad en una país demolido por la pobreza y la hastío. El 54% de los argentinos lo ha votado. Millones de argentinos, no. La moneda está en el aire. Otra historia acaba de comenzar.

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