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La vida dada vuelta

Del otro lado de la calle, sobre la vereda de la plaza del centro, un tipo me grita: "¡Querido! ¡Difícil escribir en estos días!". No lo conozco, seguramente es un lector y estoy de acuerdo con lo que dice: hay poco lugar para las historias en medio de ese tsunami que se llama Realidad y todo lo que viene pasando.

Pero apenas el tipo desaparece hacia la Pirámide, por el interior de la plaza, en la esquina, en Belgrano y Chacabuco, a alguien la vida se le dio vuelta. Y quedó mirando para el lado que venía, es decir para atrás. Con la trompa de su auto, que iba hacia el futuro, apuntando a su opuesto: el pasado.

Suponemos (aunque por ahí fue al revés) que la camioneta blanca que no aparece en la foto venía por Belgrano y lo agarró justo en la bocacalle. Se estampó contra la puerta trasera y delantera del auto, casi al medio, como diría el habla coloquial, y por eso mismo el coche giró sobre sí mismo y quedó así, en la posición ideal de los tandilenses memoriosos, es decir cuando Chacabuco -en los 80- era doble mano.

El choque fue temprano y a esta altura los dos involucrados deben seguir atrapados en el laberinto posterior a la colisión: el seguro, el chapista, los presupuestos y el doble cálculo: lo que tendrán que pagar y el tiempo que andarán de a pie.

Pero, a los fines de esta nota, nos importa el cambio brusco del chocado. Venía, como decíamos, por la inercia del existir, por el piloto automático de la costumbre, hacia delante y terminó abruptamente detenido mirando el pasado.

¿Cuánta gente hoy vive -o vivimos- así? No lo sabemos pero el pasado tira, la nostalgia pretende arrastrarnos hacia el pozo de los buenos recuerdos. O mejor: de lo que creemos que son los buenos recuerdos. Pero sabemos perfectamente que no siempre es así, que hay que descreer, con la convicción que nos confiere el realismo, que no todo tiempo pasado fue mejor. La biografía de cualquiera de nosotros que se enfrente sin mentiras al espejo daría cuenta del sofisma de este axioma. Algo, además, es irrefutable: el pasado ya pasó. Pero a veces, para entenderlo, necesitamos que venga un tipo por la otra calle y nos lleve puestos, así, con esa manera destemplada con que ocurre todo choque, algo que por definición confronta una cosa contra la otra. Entonces la vida se detiene de golpe. Después del ruido (y todo el que chocó alguna vez sabe que no hay ruido más crudo e intemperante que un choque) sobreviene el silencio. El chocado piensa: estoy vivo, están vivos quienes venían conmigo. Luego se baja y procede a revisar los daños. Está empezando a procesar lo ocurrido.

Algo de todo esto ha ocurrido con la sociedad argentina desde el domingo. Y ya no son pocos los que empiezan a preguntarse, silenciosamente, si el ayer no era mejor. Estamos, como bien lo insinúa toda transición, en un momento donde el pasado deambula a tientas hacia el futuro, por lo tanto el presente contiene un signo hegemónico: la incertidumbre. Nadie sabe muy bien cómo saldremos de la colisión de una época con la otra en esa esquina por donde alguna vez pasamos todos.

Ahora, lo que se dice ahora mismo, la vida giró sobre sí misma y quedó ahí, inmóvil, mientras el tiempo, pleno de ajenidad, sigue su curso. El tempranero choque del jueves en Belgrano y Chacabuco no parece haber sido obra de la fatalidad, es decir de lo que no puede evitarse. Y todo lo que estamos viviendo tampoco.

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