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Al otro lado de la Cordillera de los Andes, Marcelo, un amigo del Tandil de los años felices, postea un texto que alude al dolor por el que está atravesando: se acaba de separar y tiene, como suele ocurrir con los amores verdaderos, el corazón roto.
Recuerdo entonces que ayer nomás leí un texto del psicoanalista italiano Massimo Recalcati que decía así: "Cuando termina un amor, nunca termina, por tanto, sólo un amor, sino que termina también y sobre todo el mundo que los Dos han generado. En la muerte de un amor muere el mundo al completo de los Dos, de sus cosas, de sus rituales, de su memoria, de sus viajes, de sus restaurantes, de sus libros, de sus hogares, de la unión de sus cuerpos, de su propia vida, porque la existencia del amor era lo que daba sentido a ese mundo que ahora ya no existe".
La extraordinaria poeta Idea Vilariño, que vivió un grandísimo amor con el escritor Juan Carlos Onetti, a la hora de la separación definitiva, le dedicó un poema que hoy ya es icónico para la poesía, un poema terrible escrito en 1958 que tituló "Ya no". Leamos:
Ya no será
ya no
no viviremos juntos
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa
no te tendré de noche
no te besaré al irme
nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros.
No llegaré a saber
por qué ni cómo nunca
ni si era de verdad
lo que dijiste que era
ni quién fuiste
ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido
vivir juntos
querernos
esperarnos
estar.
Ya no soy más que yo
para siempre y tú
ya
no serás para mí
más que tú. Ya no estás
en un día futuro
no sabré dónde vives
con quién
ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca
como esa noche
nunca.
No volveré a tocarte.
No te veré morir.
El poeta no sufre más que cualquier otro mortal a la hora del desamor. Sólo que puede ponerle palabras, las más crudas y desoladoras palabras. Roto queda el dejado y un poco menos roto el que dejó. Y rotos por igual si ese fulgor único se apagó al mismo tiempo.
Volviendo a Recalcati, es absolutamente cierto que la muerte de un amor implica el vacío de todo lo que ese amor tocó: cubiertos y piel, y sábanas y bares, y paseos y silencios, y voces y libros y abrazos, y el olor del café, de la lluvia y los ojos en el mar que ya no será el mismo. Es la muerte del sentido de las cosas. Al otro lado de la Cordillera, Marcelo, como bien dijo, lidia con todo eso y con esa línea de la canción que cita, la que observa que "el dolor no te da rumbo". El que perdió el amor está ahogado adentro de esa ciénaga sombría, sin aliento, en el fondo del hueco donde yacen todas las cosas ahora inútiles. Pero también el dolor revela algo a favor, revela pulsión de vida. Estás vivo aún en medio de la soledad del naufragio. Conozco mucha gente sin agallas que vivió -lo que se llama vivir- hasta los 25 años, aunque la enterraron a los ochenta y pico...
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