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Sin brillo y sin suerte

Como cada uno se impone el ajuste de acuerdo a su criterio, el mío será, entre otras variantes, los 1000 pesos el café. En algunos bares ya se paga eso; en otros el precio todavía oscila entre los 800 y 900, pero para el caso es lo mismo. Nada vale menos hoy que un billete de mil mangos.

Retraerse de los bares es, en cierto modo, cortar el chorro del suministro de historias, puesto que como todo el mundo sabe los bares son máquinas de hacer circular relatos. En eso vengo pensando -en que más que nunca habrá que optar por el criterio de la imaginación- cuando por la ventana del Golden los veo, eternamente petrificados, como si en el país no hubiera pasado nada en absoluto, al Tucu y Roque. Para lectores nuevos, dícese de dos personajes hechos de un indubitable realismo, fuentes de este escriba. El primero expresa la suma del mortífero sentido común; el otro a veces duda y ya no cree en nada. Ambos conjugan, de alguna manera, esa expresión horrenda que alguna vez se llamó el ser nacional. Pero, sin entrar en divagaciones más profundas, ellos son lo que son: parroquianos de un bar que observan pasar la vida desde allí. El bar, borgeanamente, es su aleph.

-Pensé que te habías exiliado -me dice Roque, no sin sarcasmo.

-Acá todavía el café no llegó a la luca -el Tucu, aclaremos, es un convencido votante mileista. Parece feliz, aun en medio del desmadre de la devaluación y los precios por las nubes.

-Se los ve tranquilos -digo y, en verdad, todo está más que tranquilo: mis últimas charlas con tres empresarios gastronómicos acuerdan que la retracción de la clientela empezó hace algo así como un mes y va en aumento.

-Hay que pagar la fiesta -dice el Tucu, que le encanta buscar roña.

Roque se prende y comunica la noticia que trajo de otra mesa.

-No habrá fuegos este año...

-¿Qué fuego? -al Tucu lo agarró desprevenido el comentario.

-Fuegos, che. Fuegos artificiales. No hay plata, ¿no escuchaste esa cantinela?

-¿Cagó fuego el Tandil Brilla?

Esa suerte de colisión con el lenguaje que expresa el léxico del Tucu a veces tiene sus hallazgos. Ha encontrado un giro escatológico con metáfora incluida para corroborar el fin de un clásico de la comarca.

-Sí. Bien acorde al bajón del fin de año -Roque se encuadra en el team de la gente que detesta las fiestas.

-Me parece correcto, no hay nada que festejar -el Tucu llama al mozo. Invita la vuelta de café.

-¿Sacaste el Quini? -pregunto.

-No, pero ya saldrá.

Cada uno de los tres va contando por dónde ajustará su cinto: Netflix y el café a una luca, aporto. El Tucu bajará fuertemente su inversión (no dice gasto, dice inversión) en la quiniela, el Loto y el Quini.

Roque es muy claro: suspende de manera provisoria las salidas a cenar.

-Todavía me duele el bolsillo del hachazo que me pegaron en la parrilla de la buena suerte -ironiza.

-¿Qué decís? ¡Hablá en cristiano! -lo apura el Tucu.

-La parrilla de buena suerte, che. ¿O tengo que ser más claro? Fui a comer el otro día: 14 lucas por cabeza, antes de la devaluación. Si vuelvo hoy tendré que llamar a un concurso de acreedores.

En los febriles mentideros del empedrado, se dice que el fondo de comercio de la parrilla de la buena suerte fue vendido por los sucesores a su nuevo dueño en 150 mil verdes. El Tucu tiene algo para decir al respecto:

-La gente con su plata hace lo que quiere.

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