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Ácaro, un secreto se devela

Entonces, casi treinta años después, se revela un enigma. Una historia que conté a fines de los 90, una de las cien anécdotas que habían aparecido en la contratapa de El Eco, vuelve vivita y coleando, y sin que nadie la hubiera llamado, como nadie tampoco llamó a la carta documento que me llegó por esa historia, insólitamente, a la semana de publicada.

Todo comenzó la noche que se murió el Papa breve, Juan Pablo Primero, el de la sonrisa, el que todo el mundo piensa que fue sutilmente envenenado. Ocurrió el 26 de agosto de 1978.

Sobre el mundo había caído a plomo una tristeza súbita, pero en nuestra ciudad, en una discoteca que se llamaba Ácaro, ahí mismo, nadie se había hecho cargo de la muerte del Sumo Pontífice. Una joda monumental había alterado al barrio de la Plaza Moreno, sobre todo porque ocurría un día de semana donde la discoteca no funcionaba como tal. Ese boliche estaba ubicado sobre la Avenida Avellaneda, a metros del Hotel Hermitage, y está claro que aún resiste en la memoria del Tandil de los años felices, incluida su segunda vida bajo el nombre de Scandal. Pero mi historia, la que yo conté en la contratapa de El Eco, había sucedido en Ácaro. Si hay que buscarle una categoría al evento, digamos que se trató de una fiesta entre amigos, una suerte de asado con guitarreada y mucho alcohol, una tertulia sin ninguna otra connotación que la diversión misma. Pero claro, la muerte del Papa, justo ese día, a sólo treinta y tres días después de asumir su pontificado, había cambiado la ecuación: se imponía cierto recogimiento, que es precisamente lo que le rogaron los vecinos de la discoteca en cuestión. Finalmente, una vecina llamó al cura Actis y Actis al toque llamó al comisario de la primera, quien mandó al agente Benítez para calmar las aguas y que se bajara el tono de la joda. Pero como la parrillada estaba a punto, el agente se prendió al asado y olvidó a qué había ido a Ácaro, hasta que tres horas después aconteció lo mejor.

Cité en la anécdota algunas curiosidades de lo que fue esa noche en Ácaro. Primero tomó la guitarra Antonio Hassan. Tenía entonces el pelo hasta la cintura y su saber artístico se limitaba a una imitación perfecta del cantor Argentino Luna. Después hizo su aparición estelar el actor Jorge Montejo (años después sería "Paolo"), y parodiaba a un Gaucho Rubio. Pero lo mejor ocurrió cuando otro de los invitados, el "Rengo" Caridi, (en la anécdota escribí su apellido real, era un tipo que había sobrellevado con un gran sentido del humor la discapacidad de su pierna ortopédica), dijo que esa velada magnífica merecía tener un acontecimiento artístico nunca visto. Y ahí nomás le comunicó a los presentes que en honor a la amistad haría lo que nunca jamás: les dedicaría un número de zapateo en vivo y en directo. Lo conté así:

"El Rengo ocupó el centro de la redonda pista de Ácaro, cerró los ojos y, concentrado, como si ya no fuera de este mundo, pareció absorber la energía cósmica del ambiente. Que un hombre con su pata de palo se atreviera a tan diestro ejercicio merecía el más admirativo silencio. El vecino se largó a zapatear como un poseído. Había atemperado su discapacidad con una postura histriónica y el zapateo sostenido despertó el fervor del público, que empezó a vivarlo a voz en pecho. Entonces, en el epílogo del ejercicio, como para darle el broche de oro a su actuación, el Rengo se colocó de espaldas a la gente, abrió las dos piernas, flexionó las rodillas y se preparó a ejecutar esa violenta media vuelta en el aire que suelen hacer los zapateadores antes de clavar rodilla en tierra. De modo que Caridi saltó y cuando giró para quedar de frente al público ocurrió la fatalidad: del violento envión que pegó con todo el cuerpo... ¡la pata de palo se le desprendió y salió volando por el aire! En medio de un truculento ataque de risa, estuvieron buscando inútilmente la pata de palo hasta el amanecer. Cuando ya se habían dado por vencido alguien gritó que el policía Benítez que había mandado el comisario estaba tirado bajo un reservado con un chichón en la frente y la ortopédica al lado de la cabeza".

Cuatro días después de publicada esta anécdota, llegó a mi casa una carta documento acusándome de haber proferido expresiones falaces, calumniosas e injuriantes. La firmaba el "Rengo" Caridi. Está claro que nunca se la contesté, pues me pareció absurdo que alguien se ofendiera por una nota de color. Nunca tampoco terminé de entender el tenor de ese disgusto, el cual además quedó allí: no volvió a aparecer otra carta documento y así pasaran los años: nada menos que cuarenta y cinco años del hecho en sí.

Hasta que a metros del Año Nuevo, mientras me tomaba el último café de 2023 en una mesa de afuera de la Rana (ex bar Vasito de Soda) sucedió lo siguiente: primero pasó la Cata Garbellini con Oscar Bértoli, su marido; me saludaron y nos pusimos a hablar. Entonces llegó un conocido de ellos, los saludó y me saludó; contó que era militar y que era un lector de muchos años, un tipo muy cordial. Y apenas se fueron la Cata, Oscar y el militar, llegó un hombre mayor, en un muy buen estado físico, lo cual da plena certidumbre a lo que se denomina como la nueva longevidad. Me preguntó si podía sentarse, que necesitaba contarme algo. Se llamaba, dijo, Ramón, y apenas se sentó dijo esto:

-Señor Elías, hay una vieja historia y tengo que disculparme. El "Rengo" Caridi era un buen amigo mío. La noche de Ácaro, él le había dicho a la esposa que se iba a un velorio a algo así. No era una noche para joder, había palmado el Papa. Por eso inventó lo del finado. Cuando el domingo siguiente la mujer leyó la historia en el Eco, se enojó muchísimo, imagínese, usted lo había dejado en orsay al "Rengo", y si bien sólo era una joda sana entre amigos, era evidente que le había mentido a la señora. Entonces fue a mí que se me ocurrió la idea. Le dije que tenía que pasar al contraataque, que ese periodista lo había difamado y que para lavar su honor tenía que mandarle una carta documento, que sólo eso la calmaría a la patrona. Y bueno, eso hizo el "Rengo"... le mandó la carta documento...es más, fui yo al correo y se la despaché, ¿me entiende? No había nada personal contra usted, ni nada. Y ahora que el "Rengo" ya no está, me dije que cuando lo viera y tuviera la oportunidad de hablar con usted le contaría todo lo que pasó. ¿Me disculpa?".

Le dije que no sólo lo disculpaba, sino que se había ganado el café. Cuando vino el mozo, Ramón pidió una lágrima mientras yo pensaba lo de siempre: que uno escribe una historia, pero que esa historia se sigue escribiendo hasta el infinito, con otras voces y otras plumas. Que escribir implica en gran medida el hecho de estar atentos, o vivir, como me gusta decir, en estado de escritura. Que hasta una carta documento, que por su rigor artificial hace inverosímil el lenguaje, también puede tener su historia y su belleza.

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