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Adiós a la Paz

A fin de mes cierra la Clínica Paz. Y cuando esto ocurra buena parte de la historia de la salud privada de la ciudad quedará allí, a tiro del olvido.

Fundada en 1957 por el doctor Julio del Castillo, la Paz fue una suerte de prima hermana de la Clínica Modelo y a ambas, durante años, las unió un espíritu de época: fueron instituciones creadas por médicos, cuando el médico en sí, el prestigio de su profesión, estaba profundamente arraigado en el seno de la comunidad.

Era un tiempo -que fue de los 40 a los 80- donde los médicos tenían además sus propios rituales entre ellos. Cuando un joven llegaba a Tandil o volvía con el título bajo el brazo, sí o sí debía presentarse ante sus colegas, lo que se llamaba una visita de cortesía que oficiaba de preámbulo para empezar a trabajar. En ese acto no tenía peso el apellido: por ejemplo un Del Castillo, Pablo, debió hacerlo como cualquier otro joven médico, aunque ya tenía como resguardo y antecedente el formidable trabajo de su padre. La visita a los profesionales que ya ocupaban un lugar en la medicina de la ciudad, era un paso ineludible, un código entre colegas y una forma también de fundar una tradición.

A esa tradición le debemos la Clínica Paz, nacida pocos años después que la Modelo y ambas bajo el mismo sello: cobijaron durante mucho tiempo eso que el médico clínico Gustavo Gentile llamaba como "el olimpo de la Medicina de Tandil", es decir el intelecto más calificado, un prestigio y un compromiso por la sociedad que no sólo se detenía en el consultorio: los médicos participaban de comisiones directivas de instituciones, como clubes y bibliotecas, tenían una vida social muy activa y conocían cada casa de la ciudad, con sus visitas a domicilio -que aportaban tranquilidad al paciente- y su rol de pater familias a partir de la creación de esa gran figura de contención que fue el médico de cabecera.

La Clínica Paz, que al igual que la Modelo fue creada para la atención de los médicos en consultorios, construyó una fuerte identidad, tal vez por su estilo edilicio, tan sobrio y de calidad, su amplia recepción, la elegancia de su escalera casi infinita, y la jerarquía de los médicos que allí atendían.

¿Cuándo empieza a cesar una Institución? Es una de las preguntas que a cualquiera que le guste escribir, y sobre todo que le guste conocer la historia de la ciudad donde vive, debe hacerse. Está claro que siempre hay signos previos, a veces más o menos visibles. Pero se perciben en el piloto automático de lo cotidiano. En ocasiones el contexto influye: el formidable cambio de la medicina en todos sus niveles, las características de las nuevas generaciones de médicos que fueron llegando a la ciudad (hay excepciones, está claro, pero el sesgo que prevalece es una falta de pertenencia y de creación de arraigo, cuestión que comparten con la nueva inmigración del siglo XXI, por ejemplo la china, que no construye apego con los vecinos ni con la ciudad a donde sus migrantes han llegado, únicamente, a hacer negocios, a diferencia de las corrientes inmigratorias del siglo pasado).

Y hay seguramente cuestiones internas. La Paz es una empresa privada con un accionista principal y una masa de accionistas, entre treinta y cuarenta, muy atomizada. Tal vez lo que cambió es el intangible con que las empresas construyen su capital simbólico: ya no está el espíritu asociativo de aquellos médicos que trabajaron a destajo, vivieron la medicina de una manera única, pasional, obsesiva, y también invirtieron en ella. Mirado así, en cierto sentido el cierre de la Clínica Paz tiene su lógica y el inevitable desenlace de todo ciclo terminado.

Se va, se está yendo, entre las melancólicas postales del esplendor pasado, una Clínica que forma parte de la tandilidad profunda. Con parte de fachada protegida como patrimonio histórico (el sector de calle Paz 692), tal vez el edificio zafe de la topadora Se venderá y empezará otra historia. Pero el futuro nunca más será igual.

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