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La misma piedra

Un hombre ciego que sube una montaña cargando una piedra enorme sobre su espalda. Antes de llegar la piedra se le va a caer y él volverá a subirla, y así hasta el infinito. Albert Camus describió esta secuencia en "El mito de Sísifo" para alegorizar lo absurdo de la vida. El sacrificio, la voluntad, la épica del hombre, todo eso puesto en acto alegórico de modo tan incesante como inútil.

Camus apeló a la figura del hombre absurdo, que tenía conciencia del sinsentido de la vida, para llevar esa condición a su plano extremo: concluir que finalmente la vida no vale la pena de ser vivida y, por lo tanto, considerar al suicidio como la solución al absurdo de la existencia.

Esto nos conduce al mito de origen: Sísifo ofendió a los dioses y ahí estuvo su condena, llevar sobre sí una piedra que siempre lo va a doblegar. Es una condena y tal vez un destino.

Algo más o menos así hacemos a lo largo de nuestra vida. Si el lector está ansioso y se pregunta a qué viene todo esto, la solución a su ansiedad está en los últimos párrafos de esta nota. Pero dudo que vaya a entender algo si lee salteado.

Yo de filosofía no sé nada; soy apenas un tipo que lee lo que quiere y escribe lo que puede. Y en estos tiempos, además, un curso de cowching ontológico no se le niega a nadie. Filosofía barata y zapatos de goma.

Vivimos tomando decisiones como si las decisiones fueran un impulso en tiempo presente, un acto instintivo, un resorte que se acciona en el hoy. Está claro que no es así. Cada decisión que tomamos -es decir, cada piedra con la que tropezamos una y otra vez, como si no la viéramos, como estuviéramos tan ciegos como Sísifo- llevan el detonador fulminante de nuestro pasado.

No somos otra cosa que la consecuencia de ese pasado. De ese padre, de esa madre, de esa familia, de esa genealogía, de esa educación, y nuestro cuerpo es un camión con acoplado cargado de fragmentos de historias. Somos, al cabo, la amalgama de esas innumerables biografías que nos trajeron al mundo. Los genes indubitables, la psique tallada para siempre en nuestra primera infancia, los modelos armados que se desarmaron en nuestro propio recorrido; somos una suerte de edificio hecho por un capataz (el padre, claro) y tantos otros que fueron levantando nuestro ser ladrillo por ladrillo. Cuando finalmente el edificio estuvo construido, nos dieron la llave y lo empezamos a llenar de cosas que, casi siempre, fueron decisiones. Muchas, muchísimas, erradas. Erramos a repetición porque, para volver a citar el muy citado silogismo de don Jean Paul Sartre, todos nosotros somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros.

Si uno toma esta sentencia al pie de la letra, o literalmente, nos queda cómodo el disfraz de la víctima. Si vamos más adentro de la cita, tal vez (no voy a ser yo el que voy a interpretar a Sartre, el cerebro más grande del siglo XX), quiero creer que siempre tenemos una oportunidad de hacernos cargo y elegir para dónde queremos llevar nuestro barquito en medio del gran naufragio de eso que se llama humanidad.

Incluso tenemos también, dolorosamente, a la mano, la última oportunidad, de la que tanto habló Camus cuando dijo que el único tema de la filosofía era el suicidio.

Algo de todo esto sentí ayer cuando me llegó la noticia (y no diré, por respeto, nada más sobre el tema) de una persona que estimaba y que se suicidó. Era lo más parecido al Sísifo de Camus, con su piedra recurrente, la montaña invencible, la caída y el volver a empezar. Hasta que un día dijo basta, en la única decisión que podría considerarse entera y trístemente de uno.

Vivir es difícil. Chaplin decía, no sin cierta ironía, que la vida es un chiste. Cuando arrecian los tiempos duros, suelo visitar a mis muertos queridos en el cementerio, ese lugar donde se acaban las excusas.

Todos sabemos con qué piedra hemos tropezado una y otra vez. Todos sabemos que, aunque sea insensato y absurdo, hay que levantarse, cargar la piedra y volver a caminar. También podemos seguir adelante tomando una decisión nada fácil y contracorriente de nuestra propia historia genealógica: elegir otra piedra con los ojos de la intuición y ver qué cosas acontecen en el volver a empezar.

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