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¿En qué te han convertido?

Entonces leo un posteo de Pepo Sanzano donde cuenta que una mujer, por privado, le reprocha que postee invitaciones para ir al teatro "en tiempos tan difíciles donde no estamos para ir al teatro".

Parece un chiste, pero no lo es. Pepo no jode con eso. Vive del teatro, de hacer teatro y de enseñar teatro, y si algo aprendí de él en el oficio (digo en el oficio de escribir, que tiene muchos puntos en común con el teatro) es que parte de la batalla en este trabajo es, precisamente, saber cobrarlo.

Pero ese no es el tema, al menos no el principal. Lo que importa es el reproche de la señora. ¿Le dirá lo mismo al carnicero? Le dirá, cuando entra a la carnicería y ve el cuadril, la nalga, el asado, los chorizos, la carne picada, en fin, toda la mercadería expuesta al cliente, le dirá, entonces, con su mejor cara de señora indignada: "Usted, señor carnicero, siempre exponiendo la carne en tiempos tan difíciles".

Pero no. Al carnicero no le dice nada. Se lo dice a un actor, cuando, precisamente, por estos tiempos difíciles -horrendos, diría yo- lo que nos va quedando es, si podemos, ir al teatro. A que nos entretengan, aun aceptando, o por eso mismo, que entretener es desviar la atención, salir por la tangente, evadirnos un rato. Y sí, ¿cómo se aguanta este país si no pudiéramos zafar un par de horas de la atmósfera irrespirable que se vive?

Hay que imaginarse un mundo sin arte. No es difícil. Hay gente que nunca fue al teatro. Anoche vi una película ("Cuestión de sangre") donde el protagonista, un trabajador norteamericano del modelo trumpista, rudo, hosco y con una vida muy castigada, no sabía lo que era el teatro. No es nada descabellado. El otro día conocí una mujer que no conoce el mar, una señora cordobesa que vive en Tandil y tiene el mar a doscientos kilómetros, pero no ha podido ir. Y uno piensa: ¿cómo es posible que no conozca el mar? Y sí, es posible, cada vida se enreda en su propio laberinto.

La diferencia es que el teatro, por citar una de las artes más vívidas, tiene eso que me gusta llamar el efecto de representación. Muchas veces, si la historia es buena y el actor convence, el que está en el escenario es el público. Su vida, su drama, su comedia, todo lo que nos pasa está allí, y el actor con esa masa de emociones hace una torta para que la disfrutemos sentaditos en nuestra silla. Y, por supuesto, el actor cobra porque esa torta no le vino del cielo (no hay fuerzas del cielo en el teatro). La tuvo que amasar durante años y años para que, no sin temor, no sin pánico, siempre, antes de ganar el escenario, la cocine para deleite de los paladares hambrientos de algo más que no sea pagar las cuentas y ver cómo se hace para seguir adelante en un país góndola invivible.

Entonces, volviendo, la señora que le reprocha a Sanzano todos sus posteos sobre el teatro, sobre sus espectáculos, sus obras, sus talleres de stand up, en fin, esa vorágine en la que vive el actor para ganarse la vida con su pasión y su profesión, esa señora que no conozco, que no sé quién es ni quiero saberlo, esa señora debería agradecer que existe el teatro, la ficción, la fantasía, la imaginación, la risa, el viejo y digno oficio de contar una historia mientras afuera del teatro los miserables, los verdaderos miserables se ríen de usted, señora, de cómo la han derrotado y en qué cosa la han convertido.

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