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Vivir sin prisa

No sé quién creó el slogan -a veces tiendo a pensar que fue el mismo Juan Forn-, y es uno de los mejores que leí. Tropecé con él en la entrada a Mar de las Pampas, lugar al que llegué, simplemente, para airear un poco la cabeza y conocer el lugar donde Forn pasó sus últimos años.

También para ver su nombre en una calle. El año pasado los vecinos del lugar comenzaron a juntar firmas para que el Municipio de Villa Gesell aceptara cambiar el nombre de la calle de un remotísimo Juan de Garay por el de Juan Forn.

Sobraban los motivos: el escritor, un bicho urbano de Capital Federal, hijo de una familia un tanto aristocrática, gran editor, traductor, gran escritor, una insignia de los 90 en Planeta, después de una media vida de excesos un día estalló. Una doble pancreatitis lo obligó a un cambio de vida. Y así, sin más, agarró su biblioteca y en compañía de su mujer y su hija se instaló en Gesell, cuando Gesell era otra cosa. (No voy ahora a ponerme a contar lo que era Gesell en los 70 y 80 y en lo que ahora la han convertido).

Por eso mismo tiendo a creer que los últimos años, Forn derivó a Mar de las Pampas, que está a diez minutos de Gesell pero es literalmente otra galaxia. Antes hizo algo por lo que Gesell siempre lo recordará: donó más de 2000 libros de su biblioteca personal a la biblioteca de la villa. Se quedó con los libros que más quería y con los que le sirvieron para escribir, durante algo así como siete años, la columna mítica: "Los Viernes" en Página/12, que después se editaron en cuatro tomos, que los tengo, y una suerte de compilación de las más selectas en la que venía trabajando cuando lo emboscó la muerte: Yo recordaré por ustedes, que también lo compré.

Cuando llegué a Mar de las Pampas vi que Forn le había ganado a la tecnología: el GPS todavía marcaba la calle Juan de Garay, y vaya a saber cuánto tardará en actualizarse, pero en una oficina de turismo me dieron el mapa de papel recién impreso donde figura su calle, la calle Juan Forn, que es, supongo, una de las formas con que le hubiera gustado que lo recuerden.

Pocos escribieron tan bien sobre el mar. Va una sola cita, del arranque de "Los Viernes" en el Tomo Uno, en la nota "El mar. Modo de uso". Leamos: "Otra vez bajé a leer a la playa. Me faltaban menos de treinta páginas para terminar el libro cuando empezó a levantarse tanto viento que era para irse. Pero yo quería terminarlo como fuera, así que me guarecí contra los pilotes de la casilla del guardavidas, con la espalda contra la tormenta de arena, el libro apoyado contra las rodillas y apretando fuerte las páginas con cada mano para que no flamearan. Así estaba cuando el guardavidas se asomó desde arriba por el ventanuco trasero de la casilla y me dijo: "Eh, escritor, ¿qué leés?". Una biografía, le dije. "¿De quién?". De un escritor, le contesté. El tipo se quedó mirándome con la cabeza asomada por el ventanuco y después dijo: "La biografía de un escritor vendría a ser como la historia de una silla, ¿no?". El mar tiene esas cosas, la capacidad de generar las expresiones más cursis y las más inspiradas. Todo depende de la entonación, de la sintonía que uno haga con él".

"¿Qué hace?", me preguntó un turista, entre divertido y confuso cuando me vio apuntando el celular al cartel. "Le saco una foto a una calle", le dije. El turista no sabía quién era Juan Forn. Pero cuando bajé a la playa, algo de Juan, de sus libros, de sus historias, de sus viernes en Página, de María Domecq, una preciosa novela autobiográfica, y de "Nadar de noche", el hermoso cuento donde su padre muerto se le aparece en medio de la noche, me acompañó en esa ceremonia secreta que, supongo, hacemos todos cuando llegamos a la playa: mirar el mar, mirarlo profundamente, y escucharlo también, para que el mar haga lo que decía Juan: limpiarte las cañerías, que es otra forma de vivir sin prisa. Para volver a casa con el rumor de su voz, la voz del mar que siempre nos dice lo que debemos hacer.

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