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Andrés y un amor en Tandil

Las ciudades -el mundo, bah- son una compleja red de historias y biografías que circulan, que se entrecruzan, que se encuentran y se pierden, y que en definitiva construyen el sentido humano de una comunidad, la trama de sus relaciones.

Ayer se me cruzó la historia de un hombre que no conocí, un tipo joven, que podría haber sido uno de los tantos vecinos que llegaron para quedarse desde el último período inmigratorio que comenzó en 2000, con el nuevo siglo. Tandil crece en su tasa de habitantes a razón de un 4% anual, lo que nos lleva a pensar que estamos a punto de dejar esa suerte de ciudad en estado de gracia, de islote donde las crisis pegan igual (como se vio en la pandemia y como se está viendo ahora) pero, por la naturaleza de una economía diversificada, siempre se sale más rápido y con menos heridos.

Cualquiera que haya viajado un poco, y cualquiera, sobre todo, que viva en el conurbano, o en Buenos Aires, o en alguna ciudad mediana de la provincia, sabe por qué Tandil tiene ese resto sobre las otras ciudades.

Pero bueno, vamos al punto. Les contaba que este joven, llamado Andrés Víctor Maroli, podría tranquilamente haber sido uno de los nuestros, de los que vienen y se quedan e imbrican su identidad con los nativos.

Era oriundo de Córdoba, provincia que, por otra parte, tiene a muchos de sus habitantes viviendo en nuestra ciudad. Ahora vayamos por un trazo de su biografía: Maroli había nacido en 1980 en Villa María, a 150 kilómetros de la ciudad de Córdoba. Vivió allí hasta sus 13 años, edad en la que se mudó a la capital con su familia. Cuando terminó el secundario, ingresó a la Facultad de Ciencias Económicas de la UNC, pero dejó la carrera para iniciar su camino militar. En 2006 egresó como guardiamarina especializado en propulsión eléctrica y en 2011 hizo el curso de submarinista, lo que le permitió ser dotación en el ARA Santa Cruz y luego, en el Ara San Juan. Le gustaba el cine, la lectura, los deportes náuticos y su Talleres de Córdoba.

En un momento de su vida, Andrés conoció a una mujer tandilense, de la cual se enamoró, como de vez en cuando suele pasar. Fue el momento en que caminó las calles de nuestra ciudad. El romance avanzó hasta un punto donde se deben tomar decisiones, y la despedida de la pareja fue con el mismo afecto que el inicio. Tal vez al momento de las decisiones Andrés haya elegido el mar.

Tiempo después, ya con el grado de teniente de navío, Andrés emprendió viaje en el ARA San Juan hasta el 15 de noviembre de 2017, fecha en la que no se supo más nada de él. El buque, con 44 personas a bordo, dejó de aparecer en los radares cuando se trasladaba de Ushuaia hasta Mar del Plata. El tristísimo final lo conocemos todos.

Si una ciudad es una trama diversa de vínculos y relaciones, que, como decíamos más arriba, a menudo se entrecruzan, se imbrican, se encuentran y se pierden, también una ciudad es el relato de sus ausencias, de sus imposibilidades, de lo que fue y de lo que no pudo ser. Entre los 44 héroes del submarino Ara San Juan, hay un hombre que amó a una mujer de Tandil, y que también fue amado, y que, por lo mismo, de alguna manera su recuerdo sigue presente entre el abrazo de las sierras, en nuestras calles, aún después de la tragedia que se llevó su vida y su juventud al fondo del mar.

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