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Bochazo

Diez años de residencia en la comarca, siendo un venido y un quedado, es poco. Eso le digo a Pablo, un lector de estas historias.

-¿Poco? -una mueca le cruza la cara.

-Poco, casi nada. O nada -digo para terminar de desalentarlo.

A veces me pasan estas cosas. Estoy leyendo en algún bar y un tipo viene y me sale con alguna pregunta fuera de contexto. Procurando disimular cierta molesta que me produce la interrupción del libro al que estoy abocado, espero entonces lo que viene después, o sea ahora. Pablo es empresario, hace una década se estableció entre nosotros y -casi- se considera uno de los nuestros, por ejemplo al impulsar la idea de que con los que estamos ya estamos bien.

-Que no venga nadie más -dice.

-También eso será imposible. Ya son más los que vinieron que los que aquí nacimos.

Entonces lo apuro, qué lo trae por acá, le digo, como si estuviéramos en el mostrador de una ferretería.

-A propósito de la Semana Santa -dice Pablo-, me han contado que una vez hubo una suerte de polémica...

-Hubo varias, si puede ser más específico se lo voy a agradecer.

-Lo que me dijeron es que una vez hubo dos Cristos...

-Hay dos Cristos, mi estimado. El del Calvario y el de don Bosco.

-No, no, no. Dos Cristos, dos espectáculos...

Recién caigo. Vaya a saber quién le contó a Pablo aquella secuencia bizarra ocurrida hará algo así como veinte años. Gobernaba Oroquieta de intendente suplente, el funcionario que tiró abajo la última ruina del Molino de Fugl, y hubo un cruce de opiniones. Coco Guimet quedó afuera de la dirección de las Escenas y armó un espectáculo paralelo: las Escenas Bis.

-¿Y entonces?

-Nada. El espectáculo oficial se hizo en el Anfiteatro; el rebelde de Guimet en la falda de un cerro, detrás de la cancha de la Movediza.

-¿La misma noche?

-Tal cual.

-¿Y cómo terminó todo?

-Los dos Cristos murieron, para ser fiel al libreto de Actis. Obviamente en la cuestión taquilla ganó el espectáculo del gobierno.

-¿Cuánto hace de todo esto?

-Como veintipico de años. Ya le dije: diez años acá no son nada. Le falta un montón para que le den el DNI.

-Exagera. Pruébeme.

-¿Que le pruebe qué cosa?

-Mis conocimientos sobre la ciudad.

-Está buscando que lo humille.

-Pruebe. ¡Dispare!

-¿Quién fue el Gordo Furlanis?

Pablo queda duro, mudo, pálido, puedo escuchar su cerebro buscando la pregunta entre las capas geológicas de alguna neurona perdida. En el aire suena la remembranza de Simon & Garfunkel: los sonidos del silencio.

-Si usted no sabe quién fue el Gordo Furlanis no puede considerarse uno de los nuestros. Vuelva en julio -le digo. Y sigo leyendo mi libro.

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