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Como antes

Comen, caminan y compran. No todos. Pero los que pueden, y son muchos los que pueden, compran. Lo hacen porque los precios son accesibles, porque en las ferias también está el descuento DNI, porque parece que hubo una decisión consensuada -empezando por Cagnoli y lo nombro porque por marca y espaldas es el que más capacidad tiene- de no chocar contra la realidad, de pactar con ella, y apostar al volumen. De la leyenda del viejo Pedro Cagnoli al artesano más anónimo, a la miel laboriosa, los precios están a tono con la crisis.

Entonces la Semana Santa transcurre como si la ciudad entera se hubiera zambullido en el túnel del tiempo. Transcurre en pasado, se conjuga en el ayer. En el remoto ayer, el de hace unos veinte o treinta años, por lo menos, cuando lo que imperaba era un espíritu gasolero por parte de las muchedumbres, preferentemente de Capital Federal y la región que llegaban al pueblo en el contexto de un turismo en general muy propio del siglo veinte: una ciudad con turistas, y no de turismo, para fatigar una vez más el silogismo del amigo Ernesto Palacios. Un turismo que gastaba lo justo y necesario pues, sencillamente, era lo que podía.

Ese turismo ha vuelto, al menos para lo que era su cita emblemática. La recesión lo hizo, Milei lo hizo, la realidad, lo hizo. Es probable que esa forma de turistear, si se me permite el neologismo, se convierta, de acuerdo al perfil turístico del Tandil actual, en una excepción. Que la ciudad, ya largamente reperfilada con su turismo abc1, pasado este paréntesis judeocristiano XXL vuelva a reingresar en la galaxia Adventure Race, el turismo de elite, el que más tienta a los prestadores.

Pero ahora, en estas horas, en un semblanteo al vuelo se advierte este regreso tal vez efímero del pasado. Uno detesta tener que detenerse en esos años, porque no fueron ni mejores ni peores, sino distintos, pero como las generaciones cambian y los lectores también, a veces hay mirar por el retrovisor y contar lo que se observa entre los pliegues de la memoria, como si el pasado hubiera llegado de golpe, cuando lo creíamos disuelto en la borrasca del tiempo, para contarnos que alguna vez la Semana Santa era esto: mucha gente caminando, mucha gente circulando en autos modestos, en colectivos del turismo social, que entraban a las fiambrerías y los almacenes y se llevaban el pan y la mortadela de la merienda, después de la primera comida, la que degustaban en la parrilla La Giralda, o en el Bar Ideal, que batía récords de producción de pizzas. El Ideal, El Cisne y el Grill Argentino. El tiempo de la minuta. La minuta como radiografía del bolsillo.

No había cabañas, no había hoteles despampanantes (los turistas tenían que hacer noche en Ayacucho), no había tantos paseos, había un solo Cristo al que la feligresía llegaba con la lengua afuera, siguiendo el Vía Crucis o trepando por las escaleras, y si algún lujo podían permitirse era hacerse un retrato con el viejo Willy, que colgaba su caballete entre el comienzo de las escaleras del Monte Calvario, rodeado de vendedores de rosarios, crucifijos, misales y toda la logística religiosa. Sé que la imagen es algo bizarra, pero era bastante común atisbar una turista de calzas fucsias mateando y clavándose un budín al lado del Santo Sepulcro, y al pie de la enorme cruz se exponían las ofrendas que dejaban los peregrinos, papeles con textos de agradecimiento, en fin, la liturgia propia de una Semana Santa que explotaba en la venta de los dos productos que habían temblar las cajas registradores: los quesos y los salamines. Una sola feria, populosa y siempre criticada por los comerciantes del centro, tenía lugar allí donde la dejaban: una vez, me acuerdo, la feria se levantó en la cancha del demolido estadio Francisco Fiego, el templo aurinegro de Belgrano y Roca. Los domingos las "Estampas" eran de entrada libre y gratuita para los tandilenses, y cada vez que el malacate de la grúa de Edgardo Vázquez lo subía al Flaco José Luis Lanza en la escena de la ascensión de Cristo a los cielos, los doscientos o trescientos actores vocacionales del elenco, si había llovido, empezaban a temblar pues tendrían que bajar del cerro caminando entre las aguas servidas. En esos años había sólo dos o tres fechas donde el turismo era un tsunami (por ejemplo durante las carreras de Turismo de Carretera, hasta el año 97) y nadie creía ciertamente que alguna vez se iba a quebrar el karma de la estacionalidad.

Pues bien, un día se quebró. Otro día nació el Ente Mixto de Turismo. Por goteo pero de forma irreversible el formato cambió para siempre: Tandil se había convertido, finalmente, en una ciudad de turismo. Aun no contando lo que los prestadores no facturan, las cifras en el PBI que alcanza el turismo dan cuenta del formidable crecimiento de esta industria, a la par del surgimiento de nuevos foros (los clústers, el turismo rural), nuevos paseos y emprendimientos innovadores que llegaron para quedarse. Cada fin de semana -hasta enero de 2024- el turismo era un maná, a tal punto que incrementó de manera notable el crecimiento de nuevos comercios, sobre todo en gastronomía.

Todo eso quedó frenado a partir de Milei: un enero malo, un febrero con levísimos signos de recuperación pero con los precios estratosféricos y una recesión galopante, y un marzo donde con la Semana Santa ya encima -y seis días de vacaciones- los prestadores tomaron una decisión inteligente: bajar los precios o, en su defecto, hacerlos más accesibles para que la multitud pueda además de comer y caminar, comprar algo y llevarlo de recuerdo. A propósito: de aquellas Semana Santa de antaño había un lema, un slogan o algo así, que proyectaba coloquialmente la todavía incipiente "marca" Tandil más allá del viaje, a la hora de la vuelta. Al pie de lo que el turista compraba, o en el envoltorio, se podía leer la leyenda "Recuerdo de Tandil".

Algo de eso está pasando en estos días. Y el mejor recuerdo que habrán de llevarse, es que a la hora de comprar algo nadie pretendió arrancarles la cabeza. Bueno, nadie es un sofisma. Algún nostálgico de los tiempos de la prosperidad fashion habrá intentado lucrar por demás a instancias de la pulsión frívola que suele detentar la gente de mucho dinero. Pero seguramente fue una minoría y lo que quedará como saldo es el impresionante movimiento de gente, que siempre se traduce en movimiento de dinero. Esta Semana Santa nos recordó a otras que ya estaban lejos, muy lejos, y de vez en cuando no está mal -para no estamparse contra la realidad- darse una vuelta por el pasado.

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