AGUAFUERTES VOLVER

Marito de regreso

Ha vuelto Marito. No lo trajo ni la nostalgia ni un trabajo ni nada. Volvió para despedir a un amigo de la adolescencia que bajó la guardia. Marito fue uno más de una barra de amigos que paraba en Olivia, esos días de los comienzos de los ochenta donde todos no sólo éramos jóvenes sino que también, creíamos en algo, éramos libres o estábamos comenzando a serlo.

Marito tocaba muy bien la guitarra. Lo suyo era la música clásica, una extrañeza para esos años donde campeaba el rock, las canciones de protesta, los recitales, la vida entre la dictadura militar que se estaba yendo y la democracia que estaba llegando. Era un tiempo donde todos queríamos irnos a Buenos Aires y Marito, en efecto, se fue, pero se fue en serio. Se fue para no volver. O para volver a las perdidas y en silencio a ver a su madre. Después hizo lo de (casi) todos: se casó, tuvo hijos, se divorció.

Luego del abrazo buscamos un bar. Marito me dice que no me vio en el velorio de Oscarcito. Le digo que no fui, que cada vez me pesa más ir a despedir a los amigos que uno conoció en la juventud. Algo nuestro se va con el que se fue, le digo.

-Esta ciudad, ¿cómo decirte? -dice y se queda pensando.

-Lo supongo. La desconocés.

-Eso mismo. ¿Qué pasó acá?

-Qué sé yo. Fue todo de golpe. O no, veinte años ponele. Desde el 2000 para acá que empezó a llegar gente y después no paró más. Y la ciudad se puso de moda.

-No conozco a nadie, camino y no conozco a nadie.

-Yo tampoco -le digo y se ríe.

-No jodas. Vos te quedaste.

-Sí, pero igual.

Vamos por 9 de Julio. Cruzamos San Martín. Marito mira todo con la ajenidad de un soldado que vuelve de la guerra.

-¿Qué es esto? -pregunta.

-El bazar de un chino -le digo.

-¿No estaba La Capital acá?

Le digo que sí, pero que ya no. Mientras avanzamos me pregunto en el que vuelve después de mucho tiempo, en la mirada del que vuelve, en cómo su recuerdo -el recuerdo que quedó fijo al momento de irse- choca contra lo que ve.

Vamos hacia Sarmiento. Marito se detiene de golpe. Su memoria fotográfica pega un brinco. Observa más lejos la fachada y el nombre de la marquesina de un bar: "Plenitud".

-Por acá cerca estaba Scocht -dice-. Un bar de chetos, ¿te acordás?

Sabe, por el relámpago de la memoria que cruza su mente, que estamos cerca y es por eso mismo que propone:

-Vamos a tomar un café a Olivia -pero apenas lo dice se aquieta, se detiene en la vereda y me mira como anticipando la decepción.

-Cerró -le digo.

-¿Cómo? ¿Cuándo?

-Hará tres o cuatro años, algo así.

Marito suspira y me dice que busquemos cualquier bar, que tenemos mucho por hablar, que al fin y al cabo lo que importa, a pesar de todo, es que estamos vivos.

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