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Mucho más que un tornillo

Nada peor que abrir el estuche y encontrar al anteojo herido. Ayer pasó eso con el lente que más uso: el de leer libros de papel. Una patilla, creo que así se llama, estaba suelta. En una actitud de insurgencia inesperada, solita, la patilla, cautiva en su estuche, había cobrado vida propia. Intenté leer con una sola patilla sostenida a la oreja, pero fue como si hubiera abierto el libro en medio del Titanic después del iceberg.

Así que sin más fui a donde siempre, a la óptica Ocus. Estaban, como siempre, Oscar Juárez y su esposa María Elena, al pie del cañón. Oscar es un hijo dilecto del Tandil de los años felices. Pocos saben que prácticamente fue el inventor de Circulares o de la matiné de su Circulares que para esa época era casi la misma cosa.

Soy lo que se llama un cliente fiel. Donde me tratan bien, me quedo. En tiempos donde todo es efímero y volátil, el cliente cautivo es un paradigma en extinción, algo que no todos los comerciantes entienden, sobre todo los sobrevivientes del siglo pasado. Entonces era más sencillo crear ese código invulnerable. Una ciudad más acotada, con menos competencia y una cercanía social apegada a ciertos ritos propios de la vecindad de entonces, creaba el lazo del arraigo entre el cliente y el comerciante. Todo eso, a partir del nuevo siglo, con el cambio de costumbres -propiciado en buena medida por la inmigración que empezó a llegar y lo sigue haciendo- y una oferta más abundante, sumado al comercio electrónico, creó un nuevo arquetipo: el cliente lábil, volátil, que hoy está y mañana no sabemos. La posibilidad de comprar vía e-commerce, es decir con la compra a un doble click del mouse, eyectó al comercio físico a una galaxia -post pandemia- sin punto de retorno: o se adapta a los nuevos ritos de consumo o queda en el camino.

Oscar y su esposa realizaron un movimiento doble que se sumó a la eficiencia de su óptica: se aggionaron a la época, por un lado, y no perdieron el diamante de la cordialidad y la gentileza, por el otro. Son portadores de gestos, pero son en verdad mucho más que gestos.

Abrí el estuche y no teniendo la menor idea de lo que le había pasado al anteojo (ese rapto de rebeldía por las suyas, ese romperse sin que uno lo provocara, por ejemplo, con una caída), le comenté a Oscar que era el lente que más usaba, el de la lectura de libros, junto al otro que me hizo, el de leer en la computadora.

-Se rompió la patilla de modo inexplicable -dije.

Oscar hizo lo de siempre: tomó el anteojo, lo observó, subió la escalera y entró en esa zona enigmática donde trabaja, mientras seguimos charlando. La crisis económica no estuvo fuera de la conversa. Oscar me dijo que la estaban remando, como todos, y que habían tomado medidas que la competencia no hacía, por ejemplo no cobrarles un plus a los jubilados de PAMI. Algo que me parece mucho más que un gesto.

Minutos después bajó con el lente intacto. La patilla lucía otra vez anclada en su sitio. Le pregunté cuánto le debía y me dijo que nada. Insistí y me volvió a decir que nada. Y agregó:

-Es un tornillo, Elías. Se había salido el tornillo. ¿Cómo te voy a cobrar por un tornillo?

Lo miré y se me vino de golpe a le mente el nombre de un mega empresario local que hace tiempo me compró unos cuantos libros.

-No te olvides que con un tornillo un vecino nuestro pasó de canillita a campeón y hoy tiene una empresa global. Empezó con un tornillito, Oscar.

El óptico, que conoce cada milímetro de la ciudad en la que vive, se rió, captando al instante la elipsis del Personaje Tornillo Próspero. Les agradecí el gesto mientras anotaba mentalmente que cuando vuelva a Ocus les llevaré a Oscar y María Elena un librito de regalo.

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