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Historias mínimas: Gracia a vo'

Llegar a un barrio implicar conocer, casi de inmediato, al verdulero. Ese barrio al que yo llegué hace como veinte años tenía un verdulero que nunca supe el nombre, tal vez porque a su nombre lo borró un tic mecánico de su hablar.

Cuando el verdulero cobraba, siempre te decía "Gracia a vo'", así, comiéndose las dos eses. No importaba ese detalle, sino la forma como lo enunciaba, algo tristona, como hecha de cierta automática resignación.

Era alto, era flaco, y era, si cabe la reducción, un verdulero de las miles de personas que un día se dedican a comprar y vender frutas y verduras.

Lo más extraordinario, pienso ahora que pasó todo, es que la mayoría de los vecinos, por lo menos en las ciudades intermedias, no tiene la menor idea de la historia del verdulero, de su ayer, de su antes de ayer, de su infancia y todo lo que hace a la vida de un hombre. A su dicha y a su desgracia.

Eso fue lo que pasó con Gracia a vo', no teníamos ni idea, los vecinos, de qué pasado venía.

Será por eso entonces que un día nos llamó la atención no verlo sacar los cajones a la vereda, ni nadie lo vio limpiar las manzanas, nadie lo vio apostarse frente al mostrador de lo que era, en el garaje de su casa, la verdulería.

El misterio, si cabe, duró una semana.

Su historia no salió en ningún lado. Supimos, de oídas en el barrio, que la mañana en que no abrió la verdulería, Gracia a vo' fue a la Terminal de Ómnibus y se tomó un micro para Mar del Plata. Que llegó a la playa, se sacó los zapatos y caminó hacia el mar.

Que no sabemos cuáles fueron sus últimas palabras, ni qué lo llevó hasta allí ni qué pensó cuando una ola lo acunó entre la espuma hasta disolverlo en el agua.

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