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La Usina, un testimonio

Cuando escribí el libro del 80º aniversario de la Usina Popular y Municipal, en el año 2016, entrevisté a Oscar Gómez, quien dejó un testimonio importante que reconstruía aquellos inicios, tan laboriosos, no sólo de la empresa sino de sus trabajadores. Gómez, que pasó su entera vida en la Usina, dejó esta semblanza de cómo se hacían las cosas durante aquellos años iniciáticos de la Sociedad Mixta.

"Entré a los 18 años a la Usina, cuando en aquel tiempo nadie ingresaba a esa edad (...) En el 36 los empleados eran todos hombres grandes que venían de trabajar en la Usina vieja. Yo entré muy joven, di examen en Laboratorio, salí bien. Es cierto que tenía algunas ventajas: a los 9 años trabajaba con mi padre en la obra como electricista. Entonces la Usina era una familia. Cualquier obrero hacía cualquier tarea. Por ejemplo, si faltaba alguien en alumbrado, ahí iba otro para reemplazarlo. Yo estuve en todos lados, en la guardia, en alumbrado, en conexiones.

"Teníamos una Ford A donde atendíamos los reclamos. Pero en aquel entonces había dos cuestiones típicas complejas que no quería hacer cualquiera: cambiar las lámparas del Parque y cambiar las luces que estaban arriba de la garita de la policía. Había dos garitas, una en la esquina de Pinto y Rodríguez y otra en España y Rodríguez. No era un trabajo común. ¿Cómo se hacía? Había que meter la camioneta y estacionar marcha atrás con la escalera pegada a la garita. Uno subía por la caja y llegaba hasta arriba. El problema es que cuando se llega al último escalón no había de dónde agarrarse para pasar al otro lado. Ahí se ponía feo el asunto, cuando había que saltar al techo de la garita. Entonces cambiábamos los fusibles y las lámparas enganchado y de espaldas. Y en el Parque subíamos la escalera doble y la atábamos al paragolpes de adelante y de atrás con sogas. Pero el Parque en ese tiempo no estaba asfaltado, así que andábamos entre los zanjones. Hacíamos cosas que si uno hoy las piensa realmente primero las hacíamos porque no sé sabía si había otra cosa y segundo porque había que hacerlas...

"Me acuerdo que para instalar medidores iba con un viejo arriba de una Ford A. El viejo tenía una costumbre. La Avenida Colón entonces tenía las columnas de alumbrado al medio, así que salíamos a la mañana a colocar medidores.

"Pero a las diez de la mañana el viejo paraba detrás de una columna al lado del Bar El Soldado, en Machado y Colón. Entonces tenía como un ritual, todos los días se comía un sándwich y se tomaba un vino. Ahí yo le decía `Barraza, ¿no le van a decir nada en la empresa?'. Pero a Barraza no le importaba si le decían algo o no. Era un hombre con un carácter renegado pero sabía un montón, y esa era una característica de los obreros de la Usina de aquel tiempo. Muchos eran gente grande que sabían hacer muy bien el trabajo.

"Primero entraban como ayudante, luego subían a medio oficial y después a oficial. A mí no me interesaba eso, ni ser jefe ni nada de eso. Me gustaba el Laboratorio. Y también trabajé con Distribución con mi otro jefe, un hombre que fue muy amigo de mi padre. Me venía a buscar cuando había un ligamiento en el Parque o en las Tunitas. Yo entonces subía, bajaba escaleras, hacía horas extras a lo loco, trabajaba hasta de noche.

"Entre los 70 y los 80 el recorrido para tomar medidores era de cuatro manzanas por zona, eso debía andar el empleado antes. Era poco. Hoy en día se hacen veinte o treinta. A esas cuatro o seis manzanas se les llamaban rutas. El estado del medidor se tomaba mensual de avenida a avenida, es decir de Rivadavia a Buzón y de Avellaneda a Del Valle, era mensual. Y había lugares que se hacía cada dos meses. Pero había zonas que no se podían hacer por manzanas. Yo por ejemplo hacía una ruta que salía de Larrea y Santos Vega, por allá arriba. No había tantas casas como ahora. Hacía del otro lado de Bolívar hasta llegar al Tiro Federal. Eso era una ruta. De ahí me iba caminando hasta Rivadavia, Dorrego y Estrada. Las Tunitas se tomaba como Tunitas sola, era un tema, los garrones en las piernas de subir y bajar las calles. Y los perros... Después pasaba por la Oxígena y seguía hasta Villa Laza. Ese recorrido de siete a ocho horas se hacía tomando los números de medidores a mano para luego pasarlos a la máquina en cómputos. Y después había que salir de nuevo con la máquina que marcaba horas, minutos y segundos. Todo eso a pie, con lugares que eran parejitos y otros que no se podía ni caminar. Ese sistema de medición después lo aplicaron en Obras Sanitarias cuando recién apareció el medidor".

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