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La macumba del Pipa de Tandil

No sé cuántos sabrán (yo no lo sabía por entonces) que cuando el relator de TyC Sports, Rodolfo De Paoli, en los partidos de Argentina por el Mundial en Qatar, en especial durante los momentos más difíciles del seleccionado nacional, citaba al "Pipa de Tandil" estaba agarrándose con desesperación a una especie de amuleto provisto de dones sobrenaturales, invocando una superstición a distancia camuflado en un disimulado guiño a ese ignoto vecino de nuestra ciudad.

Porque lo que hacía De Paoli era aferrarse a su Talismán de la Buena Suerte, a quien conocía perfectamente de sus tiempos de entrenador en Barracas Central y Patronato de Paraná. Esos fueron los clubes por los que pasó sin demasiada fortuna como entrenador De Paoli y, se presume, el Espíritu Santo de la Cábala que lo acompañaba: el Pipa de Tandil, que lleva el nombre de Enrique.

Esa conexión se hizo palpable durante el Mundial y más de uno -sobre todo aquellos que desconocen la profunda cultura cabulera del fútbol, tal vez el más supersticioso de todos los deportes- quedó pagando, o se quedó con el dato de color de la mención al Pipa de Tandil, como una evocación súbita del relator y no como lo que realmente era: una súplica para que el hasta entonces anónimo brujo local hiciera lo posible desde acá con el fin de que los muchachos ganaran la tercera estrella allá.

Pues bien, el Pipa de Tandil está de vuelta, si es que alguna vez se fue. Es algo así como un epígono del Mago Arturo Petrillo, que en la década del ochenta, como técnico de Independiente y también de Santamarina, llegó a rociar de tierra negra el arco donde se iba a apostar el arquero visitante, después de recogerla en un frasco de mayonesa del cementerio municipal.

Ese era una de los ritos esotéricos de Petrillo, un tipo que se gastó una fortuna (reventó el Bar Ideal, que era suyo, entre tantos otros comercios) para que alguna vez un equipo suyo y de Tandil llegara al Nacional. Tenía a un sosía que, resignado, lo acompañaba en sus aventuras secretas, el siempre recordado Yiyo Conte. Petrillo no dejó macumba por hacer ni dinero por gastar, y jamás pudo conseguir que un equipo suyo llegara al Nacional. El día que se fue de la ciudad, parado en la puerta del Ideal, le dijo a Julio Varela Varelita lo que serían sus últimas palabras: "A Tandil hay que ararlo", y nunca más volvió.

Hace pocos días Santamarina se hizo de un nuevo director técnico, Botella, que supo tener épocas felices con el aurinegro. No se sabe si bajo su influjo o actuando por las suyas, los febriles mentideros del empedrado observan que el Pipa de Tandil empezó a "trabajar" la zona cero de cada partido: los camarines del Estadio San Martín. En el vestuario local, procedió a efectuar el rito de "curar" el lugar provocando algo así como un sahumado y una considerable fogata para alejar los malos espíritus que parecen acompañar al aurinegro desde que perdió la categoría. En cuanto al camarín del visitante, dicen que incurrió en un solo acto, contundente en cuanto a su potencia despreciativa y su atávica repugnancia: le descargó un grueso escupitajo a la puerta por donde pasarán los jugadores visitantes.

La macumba es una suerte de neologismo que expresa en cierto modo a la magia negra. El fútbol, pródigo en sortilegios y hechicerías, renueva cada tanto el stock de una práctica que deviene de tiempos pretéritos y muy antiguos. El "Pipa de Tandil" se hizo visible en esta inefable disciplina desde que De Paoli le dio una fama resonante aunque en cierto modo efímera. Si Santamarina empieza a ganar y a cambiar su suerte, su currículum vitae tendrá un reverdecer por cierto inesperado.

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