La pregunta es obligada teniendo en cuenta el enorme estirón que pegó el turismo después de la pandemia de coronavirus, los altísimos índices que alcanzó en el PBI y esa presunción que había, por entonces, de estar ante una industria sin techo visible.

-Parado, está todo parado después de Samana Santa y del súper fin de semana largo -me dice, preocupado, Johnny.

Era, por un lado, lo esperable, si tenemos en cuenta la mezcla de recesión con inflación (a ese desastre le han aplicado el neologismo de estanflación), aunque los más optimistas fundaban cierta esperanza en la conocida tesis de la insularidad serrana. Tandil es una isla, se suele decir, concepto que hace unas semanas el propio jefe de gabinete del gobierno, Julio Elichiribeety, se encargó de refutar.

Pero, ¿somos o no somos una isla?

Sí y no. Sí por todo lo que ya sabemos, aunque está perfectamente claro que la crisis nos ha golpeado a todos, como la pandemia, pero que, también como en pandemia, no todos estamos en el mismo barco, cada uno flota sobre lo que puede: un bote, un yate, el último madero que encontró en medio del naufragio, un simple salvavidas, es decir el dado que a usted le tocó cuando Dios arrojó los dados sobre el mundo.

Desde que sabemos que nos vamos a morir, la teoría de la insularidad me gusta especialmente por un tema central: el tiempo. No el climático y menos el invierno antártico de vasta fama. El tiempo vital, el tiempo del almanaque, el tiempo social, el tiempo de nuestros días y nuestras noches. El tiempo, única mercancía que no te puede traer Mercado Libre. No hay Hot Sale para el tiempo. Y el tiempo, está comprobadísimo, rinde más en Tandil. El rinde, término de la jerga comercial agropecuaria, también puede aplicarse a otras disciplinas, por ejemplo el ocio, o leer, o caminar o trabajar como empleado de comercio (sobre todo si trabaja de corrido). El tiempo, en este valle, en esta ciudad que aún está relativamente lejos de llegar a las 200 mil almas, rinde más, mucho más, por ejemplo, que en la gran metrópoli.

Acá el tiempo es insular: uno está en el medio, más o menos solo, como cualquiera que registre el significado de la soledad, rodeado por la inmensidad del mar. Esa soledad es tiempo. Ese mar que no acecha, que simplemente rodea a la isla, es tiempo. Esas sierras con sus senderos para recorrer es tiempo para el cuerpo y para el alma. Los días rinden más, las noches son más saludables y el tiempo a favor estira la existencia. Todo esto lo sabe cualquiera, menos los turistas. Cuando por fin conocen la ciudad, la mitad más uno de ellos quiere venirse a vivir acá. ¿Por qué? Porque advierten la prodigiosa dimensión del tiempo en la insularidad serrana.

Johnny Ciao, ahora, me explica, en medio de la crisis, cómo se las arreglan los turistas -al menos con los que él interactúa- para seguir viajando a este lado del mundo.

-Viajan por un día, evitando el hospedaje. Llegan muy temprano, los llevo a la Movediza, el Parque, el Lago y un par de paseos más y a la tardecita se van. Se ahorran el hotel pero hacen la salida.

A mí, que nunca tuve una gran pasión por viajar, de sólo pensar ese trajín infernal me acontece un cansancio abrumador. En todo eso tiempo que los turistas pasaron arriba de un micro y una combi haciendo excursiones, algo así como doce horas leí un libro entero de 250 páginas. Son opciones, claro. Pero también es una certeza empíricamente comprobable: el tiempo en Tandil, el Tiempo, eso que se acaba de forma inexorable, es nuestro más preciado commodity.