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La plata justa

Están ahí, en la mesa de siempre, en el bar de siempre, haciendo lo de siempre: contándole las costillas al vecindario. La noticia, claro, es el tipo que se ganó el Quini 6, y, también como siempre, el Tucu y Roque no se ponen de acuerdo en cuanto al premio: los 250 millones de pesos que le caerán del cielo al vecino que la semana pasada entró a la agencia "El 88" de Villa Italia portando los seis números de la suerte.

-Descontando los impuestos y el porcentaje de la agencia le quedan libres 177 mil dólares -calcula Roque.

-Digamos que no se sacó la grande, porque sacarse la grande es otra cosa -dice el Tucu que espera ansioso su cortado.

-No podés decir esa pelotudez.

-No se salvó. ¿O sí? ¿Se salvó o no se salvó?

-Ciento setenta y siete mil dólares, Tucu.

-Sí, ¿y? ¿Qué comprás con eso?

-Muchas cosas. Una casa, un auto y te queda un canuto por si las moscas.

-Eso no es salvarse. Salvarse es no laburar nunca más -el Tucu parece emperrado en su teoría de que para ser millonario hay que llegar al primer millón de dólares-. Es un premio módico,como ir a la lotería y ganarte un televisor.

-No podés ser tan necio.

-Sacarse la grande, al menos en mi tiempo, era pararse para toda la cosecha.

-Cierto, pero eso hubiera sido un problema -Roque observa a su amigo y pacientemente argumenta su posición-: Ponele que se hubiera ganado el palo verde. No viviría nunca más tranquilo. Como siempre alguien canta, más tarde o más temprano se enterarían de que fue él quien ganó el premio. Se sentiría en peligro, no sabría dónde poner la guita, no estaría seguro ni en el banco, por el fantasma del corralito, ni en una caja de seguridad. También estaría al salto de que lo secuestren, paranoico, y viviría preso de los mangazos ajenos, el barrio, la familia política, un cuñado chanta... ¿O no pensaste en todo eso?

-Son riesgos colaterales que en el fondo no cambia lo más importante: con un palo verde estaría salvado.

El mozo deja el cortado y el café. Está abstraído en un dato propio del ajuste y la malaria: la clientela del bar, según su propia estadística, cayó un cincuenta por ciento. Roque vierte el azúcar en el café, revuelve la cucharita con un movimiento lento, contrario a las agujas del reloj. Luego dice con tranquila y severa convicción:

-Ciento setenta y siete mil dólares es la plata justa para estar tranquilo.

Recién entonces el mozo reacciona y advierte que en todas las mesas del bar se está hablando del mismo tema. Después va hasta el mostrador, pide la calculadora y divide las 177 lucas verdes por su salario y el tiempo que debería trabajar para ganarlas. Luego deduce que como (casi) siempre, Roque tiene razón.

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