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Patria

Dice que no es un cuento, una leyenda escolar, que es verdad. Que hace mucho, se cree que en el año 1950, una maestra de la Institución, escribió el discurso para el acto del 25 de mayo.

Dice que la maestra pertenecía a esa generación brillante de maestras normalistas de la, obviamente, Escuela Normal. El magisterio de aquellas maestras de alma, cultas, exigentes, perfeccionistas, que escribían con un vocabulario florido y una sintaxis perfecta.

Dice que el discurso, de una carilla, manuscrito, fue lo mejor que se escribió para un día así, y que la maestra, en el salón de actos de la escuela, lo leyó tal como lo escribió, con el corazón en la mano, dice. Y que luego dobló el papel en dos, esperó que terminara el acto y lo guardó en un cajón del estante de la Dirección.

Dice que la maestra ese año se jubiló, por lo tanto para el año siguiente otra maestra debía escribir un discurso nuevo. Dice que unos días antes de la llegada del 25, alguien abrió el cajón del estante y se encontró con el papel.

Dice que la que maestra que encontró el discurso le dijo a la que debía leerlo que nunca iba a poder escribir una pieza oratoria de tal perfección, y que por lo tanto cortara camino: que literalmente leyera el mismo discurso y a otra cosa mariposa. Dice que nunca se evaluó este acto como un plagio sino como un homenaje.

Dice que la maestra así lo hizo y que el texto, de tan potente que era, de tan bien escrito que estaba, no perdía su énfasis, su elocuencia, a pesar de la reiteración, y provocó la misma mezcla de emoción y orgullo entre los alumnos y las otras maestras, y la directora y los padres y las madres del alumnado que participaban del acto patrio.

Dice que el papel volvió a ser guardado en el mismo cajón, y que ya nadie de la escuela se preocupó demasiado por el discurso del 25; que, en efecto, al contar con el mejor texto, no por comodidad (dicen) sino por un estricto acto de justicia frente a aquella pieza oratoria perfecta, otra vez y así a lo largo de cuarenta años cada maestra repitió el ritual de leer ante los alumnos aquel discurso del 25, y que con el paso de los años y las generaciones el texto se convirtió en eso que Borges definió la categoría de un clásico: un libro que se vuelve a leer con el mismo fervor de la primera vez.

Dice que durante los siete años de la primaria y los cinco años de la secundaria, él escuchó por suma elemental el mismo discurso doce veces. Que el año de su egreso, con una prematura nostalgia por el secundario que se terminaba y por la escuela que empezaba a quedar atrás, pretendió saber quién había sido la maestra autora de aquel discurso que lo acompañó durante su infancia y su adolescencia cada 25 de mayo.

Dice que siempre recibió una misma y lacónica respuesta. Dice que se hizo un silencio entre las autoridades: o nadie se acordaba de su autora, o su autora había tomado otra dimensión, como esas canciones famosas que nadie sabe quién escribió y el pueblo se las apropia haciéndolas de todos. "Fue la Patria", le dijeron, antes de entregarle el diploma y la medalla el último día de clase.

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