Historias VOLVER

Historias mínimas: Bienvenidos

Cada pueblo tiene su entrada y una palabra en común: Bienvenidos. De salida, es decir cuando uno abandona el pueblo, pocas veces hay una consigna, un mensaje. Al viajero que llega se lo recibe con retórica amable; al que se va, no hay mucho para decirle.

A veces en el acceso hay un monumento, otras veces una rotonda, es decir un accidente rutero, casi siempre figura en grandes o medianas letras el nombre del lugar a donde se ha llegado.

Otras veces -como el caso de eso que aparece en la foto que acompaña esta nota mínima- se impone una suerte de híbrido que no se sabe muy bien qué es. Parece un arco de entrada y lo cierto es que está allí, desde hace por lo menos cincuenta años, incólume al progreso, al clima, a las nuevas tendencias decorativas, a las catástrofes meteorológicas, a los cambios de gobierno.

De vez en cuando, eso sí, el Arco de Madariaga -de él estamos hablando- recibe una mano de pintura, tarea de mantenimiento que hace, precisamente, lo que tal función indica: mantenerlo en su lugar, petrificado en la ruta uniendo ambas orillas (ambas banquinas sería más apropiado decir).

Al decir orillas estamos cifrando algo que General Madariaga tiene cerca, el agua, más precisamente el mar. O sea, Pinamar a menos de treinta kilómetros. El mar que lo determinó para siempre como un pueblo telúrico, criollo, de economía agrícola ganadera, pero con la tentación de la inmensidad y la belleza del mar a la mano, y eso de alguna manera cambió su configuración. No era un pueblo perdido en la lontananza del Tuyú. El mar siempre estuvo ahí nomás y ya se sabe que nadie sale indemne de eso. Quiero decir, de la indiferencia de la mayoría que al presentir el mar seguía por la 74 hacia la izquierda, un viraje no muy pronunciado, pero el suficiente para dejar al Arco de Madariaga vacío de tránsito, huérfano de presencias.

Yo pasé por el medio de esa estructura extraña durante muchísimo tiempo, es decir durante la eternidad de la infancia. En Madariaga estaba toda la familia de mi padre, los únicos El Hage que habitamos este rincón del mundo. Ayer murió mi primo, el querido Juan José, y hoy muy temprano, yendo a su velorio, crucé ese arco extraño, vi la palabra bienvenidos -la vi, no la leí ni la releí- y me pregunté qué cosa me estaba dando la bienvenida en ese mismísimo momento. ¿La muerte de nuestros seres queridos? ¿La infancia perdida? ¿El tiempo, esa materia elemental y tétrica, que ríe en silencio de todos nosotros mientras la vida nos arruga, nos ensombrece, nos iguala con su leyes ineluctables, por ejemplo que cuando un hijo varón se hace grande cada vez se parece físicamente más a su padre ya mayor o por lo general ya muerto.

Ese lugar por el que hemos pasado tantos años y tantas veces, ese lugar que es una mezcla de artefacto y monolito, que es arco de acceso y signo de memoria familiar, ese lugar es cada vez menos una bienvenida, no sólo porque uno lo cruza yendo a un velorio, sino también porque cuando lo volvemos a dejar atrás ya no somos los mismos que ayer.

APORTA TU PENSAMIENTO

Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales.

Últimas noticias

Artículos

Zapatos

28/04/2021

leer mas

Historias

"Bon o Bon", a pedido

08/05/2021

leer mas