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Laza resiste

El proceso se llama gentrificación. No tenía idea lo que significaba esa palabra con la que tropecé en un artículo de la psicoanalista y escritora Alexandra Kohan, así que no me quedó más remedio que recurrir a Míster Google. Cito textual: La gentrificación sucede cuando un proceso de renovación y reconstrucción urbana se acompaña de un flujo de personas de clase media o alta que suele desplazar a los habitantes más pobres de las áreas de intervención.

Digamos entonces dos cosas desde la observación nomás (he dicho mil veces que no soy historiador sino un tipo que cuenta historias). Que la primera gentrificación ocurrida en la ciudad sucedió a fines del siglo XX. Fue cuando los que nacimos y vivimos dentro de las cuatro avenidas, con la llegada del nuevo siglo, es decir el punto de inicio del cambio de formato que devino en la ciudad actual, fuimos desplazados fuera de aquella zona a la que por entonces, como no tenía nombre de barrio pues en efecto no lo era, se la conocía como "el centro". El centro, más allá del microcentro comercial, era ese lugar perfectamente delimitado conocido como el interior de las cuatro avenidas.

La inmigración VIP que mayormente desde Buenos Aires empezó a elegir esta ciudad como destino de residencia cambió toda la ecuación (por eso de la famosa burbuja inmobiliaria) y aquellos que por entonces fuimos niños y jóvenes dentro de una zona de clase media-media (mi caso, hijo de un padre comerciante y madre maestra) nos fuimos convirtiendo en los nuevos pobres, por lo tanto ocurrió el natural desplazamiento: todos los que vivíamos dentro de las cuatro avenidas y carecíamos de casa propia terminamos fuera de ellas, alquilando o con mucha fortuna comprando una propiedad en los llamados barrios populares de la ciudad.

La gentrificación viene con el agregado de la demolición para que lo nuevo termine de instalarse sobre lo viejo. Lo último que vi fue hace unos días, el antiguo inmueble donde alguna vez funcionó la pizzería Don Peppone, en el vértice de 9 de Julio y Maipú.

Una carambola algo surrealista que alguna vez contaré me llevó con mi familia a Villa Laza. Sólo conocía de este barrio a una sola persona de aquella zona -el centro- que ya para entonces, el año 2002, venía in crescendo en su fenómeno de gentrificación: el periodista y dramaturgo Julio Varela, a quien suelo llamar Varela Varelita. Fue el primer escritor que llegó al lugar, por entonces muy poco urbanizado, y se instaló en una casa de la calle Bariffi. Era raro al principio cruzarnos por las calles del barrio, hasta que nos acostumbramos a la distancia (cuando uno vive dentro de las cuatro avenidas todo le parece lejos saliendo de ellas).

El barrio tiene lo suyo, una identidad cultural muy fuerte ligada a la memoria de los picapedreros -aquí está la biblioteca popular Bepo Ghezzi, el linye más famoso del mundo, y aquí estuvo su viejo sindicato anarquista (AOMA) en Juan B. Justo y Chaco-, y sobre la misma avenida la escuelita que hoy lleva el nombre del Flaco Spinetta donde la maestra Celestina Palmieri se convirtió en un ícono de educadora. Actualmente, se ha formado ARACA, grupo de teatro independiente de Villa Laza que irrumpió en la escena barrial con una suerte de máxima certera: El único tesoro que le queda a la ciudad es el barrio.

Le debemos también al crudo proceso de gentrificación la llegada de una nueva pluma a la barriada: el periodista Marcos González, aguafuertista de la contratapa de El Eco, que se está mudando en estos días, con lo cual bien podemos decir -aunque el barrio hoy ya está densamente urbanizado- que acá estamos, en la loma de la Villa, de pie y con lapicera, resistiendo.

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