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Historias mínimas: Chalé-frutería

Tiene, a lo sumo, cincuenta años de construido y seguro que fue uno de los orgullos del barrio, un chalé que por esos años del siglo pasado constituía una señal de prestigio social, un signo de confort y de mediana pero visible prosperidad. No cualquiera tenía un chalé.

Además de todo eso, la ubicación. No estaba fuera de "la zona" (en nuestra última nota hablamos del proceso de gentrifricación donde los nuevos ricos desplazaron a los pobres de las zonas urbanas) de las cuatro avenidas, sino un poquito más afuera del borde: en calle Libertad, a pasitos de Avellaneda.

No sabemos, pues, qué lo fue que pasó con esa casa, ni con esa familia, ni quién vivía allí ni cómo derivó a su nuevo destino: se ha convertido en una frutería.

Hay dos novedades en cuanto al rubro. La primera, es obvia: frutería con chalé no maridaban, por decirlo así, entre los usos y costumbres de los lugareños; generalmente la frutería era un punto comercial ineludible en el barrio donde además se aposentaba algún chalé.

La segunda, que, contra su histórica disposición espacial, la frutería no sólo excede los límites del garaje -lugar que suele ser usado en las casas de barrio para abrir el negocio llamado de cercanía- sino que, tal como lo muestra en parte la foto, ocupa todo el chalé. Ocupa, para empezar, el jardín delantero (otrora primor de flores, plantas y otras delicias botánicas que cuidaba la dueña de casa). Allí ahora se ofertan, ostensibles, los cajones apilados con las frutas y las verduras; arriba del medidor de gas aparecen los visibles zapallos y en el otro cantero, el que da a una de las habitaciones principales del chalé, aparecen, rústicas, las bolsas de papas y, tal vez, los que sean las bolsas de carbón.

La novedad también se extiende al interior del chalé donde en el living se guardan, a manera de depósito, una gran cantidad de cajones vacíos. En síntesis, lo que ha ocurrido aquí, en plena calle Libertad, oblicua a la siempre excéntrica Pagoda china, es un doble movimiento social y comercial: lo que antes era una casa típica del formato de la clase media o media alta de la pequeña burguesía local hoy se ha convertido en una frutería. Ahora que nos acercamos al centenario de la muerte de Franz Kafka, no puede menos que llamarnos la atención la metamorfosis del lugar.

El resto de lo que puede quedar como análisis tras la primera mirada sobre esta transmutación queda para los lectores, los sociólogos, los historiadores o quien quiera hacerlo: no sabemos si el chalé-frutería será un signo de estos tiempos irreales que vivimos, con una malaria económica galopante, un invierno que se vislumbra mucho más crudo que de costumbre y un futuro borroneado por la desquiciante incertidumbre.

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