AGUAFUERTES VOLVER
Dice que no tiene nada o, mejor, dice, corrigiéndose, que sí, que tiene algo que explica por qué, cada mañana, le cuesta más arrancar de la cama. Dice que no se trata de una patología puntual, aunque en verdad a esta edad -digamos, pasando los sesenta- cualquiera tiene alguna patología.
Dice que lo que antes hacía en un solo movimiento, esto es destaparse y salir de la cama -fuese invierno, verano o cualquier estación del año- ahora debe hacerlo en dos: primero sentarse sobre la cama, después ponerse de pie.
Dice que lo peor de todo -y lo dice con cierta culpa- es no haber valorado antes, mucho antes, en tiempos pretéritos, en el lejano ayer, el tesoro del acto único: despertarse más destaparse más levantarse.
Dice que podría echarle la culpa al frío, pero que sería una excusa más, y que él, a esta altura, no está para blindarse de excusas.
Dice que a veces empieza a buscar los lentes como un poseído, que no sabe dónde los dejó, que recorre toda la casa, como un ciego, tocando cada mueble, la mesa, la mesita de luz, el lavabo, el futón, buscando esos lentes que vienen a ser como la segunda vida de sus ojos, hasta que de golpe lo encuentra: lo tiene en su mano, lo ha tenido siempre en su mano desde que empezó a buscarlo.
Dice que de golpe se fue llenando de tocs, término al que en tiempos lejanos y muy pretéritos desconocía en absoluto. Por ejemplo, que no puede dormir si dejó abierta una puerta del placar (al que le costó dejar de llamar ropero), sin fijarse que esté baja la llave del gas, y sin dejar la luz del farol de la puerta de la casa encendida, a la noche, y que no renunciará a ello por más que afecte el consumo de su factura de la Usina.
Dice que empezar el día le demanda más tiempo que cifra en dos palabras: acción y reacción. Pero que una vez que arrancó, como los coches gasoleros, una vez que tomó velocidad la vida ya le corre más fácil.
Dice que sufre dolores que así como llegan se van. Que de vez en cuando tiene que tomar un protector gástrico, que si antes se proponía bajar cinco kilos lo hacía de un tirón, ahora le cuesta un Perú. Dice que aprendió una palabra nueva: Pilates. Que le recomendaron esa disciplina de, pongamos, estiramiento que, se supone, estira la biología. Dice que cada vez está más cerca de aceptarlo.
Dice que su nivel de tolerancia ha descendido a menos cero. Dice que no sabe cómo se llama lo que tiene. Dice que su médico se lo ha dicho con una sola palabra, una palabra con que se han hecho hermosas canciones y pinturas y novelas.
"Años" le ha dicho el médico. Son los años, dice que le dijo el doc, con una sonrisa entre tierna y malévola. Pero que aún así, si se lo propusiera, podría hacer el cruce de la Cordillera de los Andes a caballo. Dice que una sola vez, en los tiempos pretéritos y lejanísimos anduvo a caballo. Y que no habrá ninguno como Tornado, el hermoso caballo de El Zorro.
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