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Solcito y estrellas

El tipo me habla de surtidor a surtidor. No nos conocemos y tiene una voz que se hace imponer, un timbre ronco que surca el aire y suena con una cadencia incrédula.

-¿En serio? -me dice.

Difícil arrancar una charla así, en una estación de servicio, a siete metros el uno del otro.

-¿En serio qué? -digo pero el tipo no escucha porque mi voz no tiene nada que ver con la suya; hablo bajo y no me da por empezar a gritar para darle un sentido a la charla.

Entonces el hombre rodea el surtidor, me tiende la mano, dice que se llama Roberto y que le pareció algo increíble "lo del solcito".

Recién ahí voy cayendo. El otro día, en Facebook, publiqué, con motivo de los 90 años del Club Defensores del Solcito cómo había surgido su nombre. Síntesis: en 1934 había unos tipos mateando en medio del campo, en un galpón, un día bastante fresco, uno de esos otoños bravos del paraje. Hablaban de crear un club y debatían el nombre con que lo iban a bautizar. De golpe, de un cielo blanco y chato, apareció un sol tímido que destelló contra las chapas del galpón. Entonces uno de los que ahí estaba en plena ronda del mate dijo: "¿Y si le ponemos 'el Solcito'?". Y así fue nomás, así de simple y de bello.

-Mirá vos -dice y agrega-: Pensé que te habías tomado como una especie de...

-¿De licencia poética? ¿De bolazo lírico? -me río porque advierto que el tipo no quería ser tan directo.

-Lo escribí tal como pasó. Y ya sé, te estás preguntando de dónde saqué el dato. Una vez durante una entrevista que le hicieron el presidente de El Solcito, Gustavo Lazarte, contó cómo había sido la cosa. Bajo ese galpón, ese día, entre el puñado de hombres estaba su bisabuelo, Gregorio, uno de los fundadores del club. Así que me llegó, como suele decirse, por tradición oral.

-Qué lo tiró, qué lindo tu laburo -dice.

Le cuento que me gusta mucho el minuto cero de todas las cosas, y que obviamente para que algo exista debe ser nombrado.

-¿Conocés la Parroquia de Begoña en Villa Italia? -le pregunto y me dice que no la conoce. Le cuento que el manto de la estatua de la Virgen tiene doce estrellas, un dato que me habían dado hace más de veinte años. Cierta tarde, allá por la década del 60 ó 70, unos pibes de Villa Italia que acababan de crear un equipo de fútbol se preguntaron qué nombre le iban a poner.

-"Doce estrellas", como el manto de la Virgen -dijo uno de ellos. Y así fue nomás. Los vecinos más memoriosos de la República seguramente lo recuerdan.

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