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Almendrado

Dice que no quería ir pero que lo obligaron las circunstancias. Dice que siempre había dicho que no, y que ya no le quedaban excusas por inventar, y que, en definitiva, uno puede ser un tipo asocial, con poco apego a las reuniones, pero que hay veces que no queda otra salida que transar.

Dice que por eso fue. Que tenía el presentimiento clavado de que se iba a aburrir, de que si bien es cierto que hacía como cuarenta años que no veía a sus compañeros de la secundaria, era precisamente por eso, por esa distancia abisal, que hubiera preferido no ir, porque en definitiva la gente no cambia. Uno es uno a los 15 y sigue siendo el mismo, pero agravado por la tolerancia cero, a los 60.

Dice que fue, a regañadientes, pero fue. Que llevó una botella de vino, que saludó con neutra cordialidad a todas esas caras que se le vinieron encima de golpe, que eligió una silla cualquiera colocada a lo largo del tablón que se había extendido en la longitud del quincho alquilado para la ocasión. Dice que miró a sus excompañeros y los vio tal cual estaban: gordos, pelados, viejos. Dice que él pensó que algo de todo eso también le correspondía, con una salvedad: su cerebro estaba mejor que nunca.

Dice que puso su mejor buena voluntad para pasarla bien, para entender que después de todo un reencuentro es sólo eso, un reencuentro, fugaz, efímero, un alto en el camino o -mejor- un regreso al pasado. Todos estamos hechos de eso, dice que dijo, del pasado, y cada uno lo moldea, lo reinventa, lo recrea como mejor lo parece.

Dice que intentó abundar en la metáfora: que el pasado es la arcilla de la que estamos hechos, y que nuestras manos se encargan de darle forma en el largo tranco de la vida, que de ninguna manera a ese acto se lo puede llamar destino. Dice que cuando dijo eso pareció que había introducido un anticlímax, por el silencio que se hizo, que el asado celebratorio no estaba para esas cuitas filosóficas. Dice que entonces prefirió callarse y comer. Que había chorizos y demás achuras. Y que la costilla estaba impecable. Dice que todo estuvo más o menos bien hasta que el Gordo Upa (así le decían en el colegio) tomó la palabra para defender de las infamias "al presidente que gobierna para la gente de bien". Dice que sintió que todo iba a empezar a irse al carajo abruptamente, cosa que en efecto ocurrió con la respuesta que soltó el Jirafa, a quien los años no le habían quitado altura. "Tu presidente", dijo el Jirafa, es un enfermo mental", y que seguramente la abundante ingesta contribuyó para que la cosa empezara a desmadrarse, justo cuando llegaba el almendrado.

Dice que ahí mismo se arrepintió de haber ido, sobre todo cuando el Gordo Upa se paró, levantó la copa y brindó farsescamente para que "todos los peronistas, que son unos ladrones del primero al último, sigan llorando y no vuelvan nunca más". Eran unos treinta y el más ubicado de todos, el Flaco Garay, pidió no arruinar la noche, ese encuentro tan lindo y fraternal, con "las mierdas de la política". Pero desde la otra punta del tablón, el Jirafa ya estaba de pie, ya empezaba a completar el vaso de soda, un cilindro de vidrio largo y alto que cubrió hasta el tope, y cuando lo llenó, sin mediar palabra, un tanto sorpresivamente, se acercó hasta la silla del Gordo Upa y desde arriba le vació por completo el vaso, bañándolo por entero, frente a la estupefacción de la concurrencia.

Dice que el Gordo Upa se quedó helado, que miró el cuchillo con el que acababa de cortar la carne del asado, y que el Jirafa, como adivinándole el pensamiento, lo invitó a que lo agarrara y se sacara las ganas. Dice que el Flaco Garay se interpuso, que el Oreja corrió al baño del quincho a buscar una toalla, y que mientras el Gordo Upa se secaba la mojadura, de la otra punta del tablón el Jirafa le dijo: "Estás tan viejo y amargado que ni siquiera tenés la dignidad de ponerme una piña".

Dice que en ese preciso momento él, maldiciendo haber flaqueado al aceptar el convite, se levantó de la silla y profirió las dos últimas palabras con que se despidió de sus compañeros de promoción: "Me voy". Dice que no sabe si al final volvió la concordia y los exbachilleres degustaron el almendrado.

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