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La mujer de las ramas

Una mamá con un chiquito de tres años y un bebé adentro del carro de Carrefour, en un baldío. Esa es la foto que no publico por razones obvias. La escena, lo vívido, lo real, ocurre a diez metros de mi ventana, al otro lado de la calle.

La mamá ha encontrado un terreno algo abandonado, con una construcción en ruinas (la vieja carpintería del barrio) y entre los yuyales y las sobras hay ramas. No troncos, ni maderas, ni sobrantes de la extinta carpintería. Ramas, ramas silvestres, el ramal que el abandono va haciendo crecer desde el fondo de la tierra, como huesos famélicos y retorcidos, hacia la superficie, por delante de un árbol en agonía. De vez en cuando viene alguien y limpia el terreno, pero hace rato que continúa su categoría de basural.

Las ramas están sobre un rincón del lote, en un barrio -Villa Laza-, que no se caracteriza por su forestación. La madre ha arrimado el carro azul de Carrefour sobre el cordón y junto a su hijo corta las ramas y las va metiendo adentro del carro, al lado de su bebé.

En este momento sería procedente indagar sobre las injusticias del mundo, o sobre el azar o sobre el destino: cualquier mujer de la ciudad podría ser esa madre, pero, en efecto, ella, en su árida soledad, en su rostro duro, marcado por cierta estoica desolación, corrobora su empírica unicidad y también su existencial unicidad. Es única, está allí, sola en el pozo de su realidad, no desde hace unos minutos sino desde que sucedió el primer vestigio de la explosión del Universo, desde la arcaica noche de los tiempos donde Dios, pongamos, arrojó los dados sobre el redondo tapete azul, que dicen de ese color se ve la Tierra desde el espacio, y a ella le tocó lo que ahora sabemos que le tocó: juntar ramas una mañana del último día de julio para llevar a su casa.

La mujer llena el carro hasta el tope y quienes la vean remontar la calle tal vez no se les ocurra formularse ciertas preguntas que la imagen propone. Por ejemplo, ¿cuánto tiempo de calor le darán esas ramas una vez ardidas dentro de la salamandra?

Por ejemplo, ¿pudo imaginar el operario de la fábrica que construyó ese carro (y el que lo diseñó y el que lo subió a un camión para transportarlo a la sucursal del hipermercado Carrefour) el inesperado destino para el que no fue construido?

Suena el celular. Es un amigo. Entre perplejo y colérico dice que le vino la factura con cuarenta lucas de gas.

Más caro si tuvieras garrafa, le digo; peor si tuvieras leña, le digo, pero intento eludir el golpe bajo de la mujer de las ramas. El invierno transcurre, queda por lo menos el frío de agosto en vísperas. Mientras tanto las ramas del baldío, en alguna casa del barrio, chisporrotean su lumbre débil y efímera.

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