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Del Bicho Moro a Moyano

El regionalismo, el provincialismo, el localismo, tienen muy mala prensa en la literatura. Nadie puede ser tomado en serio si escribe desde su zona, incluso a pesar de Tolstoi y esa idea que alumbró de pintar la aldea para describir el Universo. Sin embargo, hay algo que es enteramente cosmopolita: las ficciones verdaderas. Pero, si seguimos así, hasta ese regionalismo se terminará.

Si decimos que el Bicho Moro soltaba una risa idiota cuando a la salida del Colegio de Hermanas se bajaba el cierre de la bragueta mientras las chicas de uniforme azul -cuyo ruedo caía dos centímetros más allá de las rodillas- miraban nerviosamente para otro lado, y la hermana Alicia lo maldecía entre dientes, podemos suponer que toda esa imagen aborrecida por las altas letras debido a su pintoresquismo lugareño, es universal. En cada pueblo del entero mundo hubo un personaje border, hubo adolescentes de un colegio privado y hubo una monja severa.

En este caso la anécdota sale de una aldea y se instala en el Universo y si bien es cierto que los lugareños tienen una ventaja sobre el lector del afuera, que es la ventaja de haber conocido a los personajes, de haberlos cruzado, es decir de saberlos vívidamente reales hasta en su última molécula, también es cierto el efecto de representación que propone el relato y -sobre todo- lo que ese lector vaya imaginando a medida que la anécdota transcurre. Una historia siempre la termina de escribir el que la lee.

¿A qué viene todo esto? A lo que viene sucediendo desde hace por lo menos tres a cuatro años, y que podríamos atribuirlo por un lado a los efectos de la globalidad y, por el otro, a lo que suele pasar cuando una ciudad se pone de moda. Por ejemplo, que alguien (Alguien Sin Nombre o En Nombre de Otro) compre una esquina entera. Es lo que pasó con la esquina de San Martín y 9 de Julio y se llevó puesto al pub Liverpool y todos sus alrededores. El que era dueño de todas propiedades debe haber hecho un negocio formidable sin preguntar de dónde venía el dinero. Por entonces no estaba de moda la palabra casta.

La última "novedad", por decirlo así, también tiene que ver con otra esquina que, derechito, pasó de manos locales a foráneas, es decir que fue comprada por el mismo Alguien sin Nombre o En Nombre de Otro, que parece enamorado de nuestra ciudad: la esquina de 9 de Julio y Pinto. Ya se sabe que todos los inquilinos, incluido el pequeño imperio gastronómico que acabó con los duendes y demás comercios, deberán irse en breve porque la Galería Italia pronto dejará de ser lo que es, aunque todavía no sepamos si le espera la demolición o una reforma a fondo. Pero lo que era ya fue.

Dentro de treinta o cuarenta años las historias de este lugar del mundo (como la del impúdico Bicho Moro con Sor Alicia) las van a contar los descendientes comerciales de Hugo Moyano y de Faro Verde. El nuevo localismo foráneo, con perdón por la contradicción y el oxímoron.

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