Historias VOLVER
La fotografía está en el Museo Histórico del Fuerte y no se destaca por su calidad. Acá, ilustrando esta nota, la vemos un poco peor, pero tal vez cumpla su fin: descorrer el velo de niebla -lo que imaginábamos y finalmente lo que es-, que separa nuestros días del personaje en cuestión. Nos distancian de esta foto algo más de cien años.
Juan Dufornet se llama el personaje de nuestra historia pero nadie lo habrá de ubicar por su nombre. Apenas, tal vez, por el sesgo de su pintoresquismo trágico, por su apodo: Pandereta.
En la manifestación, tal cual dice el epígrafe de la foto, Pandereta avanza por calle Pinto, en la esquina de la actual calle Yrigoyen, o sea en el City Bar (exbar Vasito de Soda). La banda de música del Municipio marcha en una manifestación, cuyo motivo desconocemos. Lidera la banda su maestro, Emilio Rolfo. Y Pandereta aparece, visiblemente, tocando el bombo, de traje y sombrero, con toda la pinta de un personaje que no encaja. Daría la impresión que se trata de un tipo que anda por la mitad de la vida. Calculando a ojo la foto es de principios del siglo veinte, digamos unos diez años antes de que cayera la Piedra Movediza.
Dufornet fue uno de los tantos vecinos que tenía locura por la Piedra. Era tal ese apego que se pasó buena parte de su vida -y aquí está por lo que famosamente se lo recuerda- diciéndole a medio pueblo que él se iba a morir el día que cayera la Piedra Movediza.
Esta suerte de enunciación mortuoria insólita, a la que nadie tomaba muy en serio, se iba a convertir en una autoprofecía cumplida. Pandereta, en efecto, falleció aquel 29 de febrero de 1912, minutos después que la Piedra se vino abajo, con lo cual un solo acto produjo dos muertes, la de nuestra maravilla de granito irrepetible y la del bombista de la Banda de Música. No faltaron los cómicos que a lo largo del tiempo enunciaron la conjetura satírica acerca de tan extraño acontecimiento: la que decía que Pandereta vivía debajo de la Piedra y que se murió en el mismo momento de la caída, víctima del derrumbe.
El chiste no funcionó nunca y la historia de Pandereta, por vía de la tradición oral, fue cruzando los años, las décadas, el siglo, alimentó las fuentes inagotables de las leyendas urbanas, y acentuó el gran vacío que les dejó a los contemporáneos de la Piedra vivir sin ella, y a las generaciones sucesivas habernos perdido el espectáculo mágico de su presencia oscilante, una mole de 500 toneladas suspendida en un punto de apoyo de no más de 1 metro cuadrado. Lo cierto es que nadie, ya sea por los misteriosos designios del azar, o por la certidumbre cosmológica que expresan los árabes, quienes creen que toda nuestra vida está escrita de punta a punta en el cielo con el lenguaje de las estrellas la noche en que llegamos al mundo -el célebre "maktub" (estaba escrito)-, reafirma aquel presagio estrambótico con que Juan Dufornet le había hecho saber al pueblo el día exacto que se iba a morir, la cifra de su destino imbricada en el suspiro final de nuestra Piedra despeñándose al vacío.
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