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Entonces un amigo que no pudo ir me preguntó de qué había hablado el escritor Martín Kohan en su charla en la Feria del Libro. La respuesta sería de qué no habló, porque lo que ocurrió durante algo así como una hora y media fue un Kohan que teniendo como eje de la charla la literatura -su urgencia en el presente o no- fue una especie de clase -que él por pudor no llamaría magistral- sobre la literatura, es cierto, pero imbricada en esta fatalidad llamada Argentina, doblemente fatal en los días que vivimos.
Kohan tiene en su retórica el respaldo de la docencia, es decir el hábito de hablar todos los días para sus alumnos ("Porque soy doctor en Letras", dijo en broma), pero esencialmente cuenta con un atributo infernal, que no todos los escritores tienen: la capacidad de unir énfasis con síntesis, para poder condensar una idea en una frase, para que ninguna palabra, la palabra precisa, le falte en el momento que su mente se la pide. Un estilo de oratoria que imbrica pasión con erudición. No es, como bien dijo, un escritor cuyo origen pertenezca a las clases populares ("soy de clase media baja, mi padre trabajaba en una mueblería, mi madre sostenía la casa"), pero conoce hasta la médula, porque lo siente, la identidad de la cultura popular. Por eso no faltó la referencia de Boca, pero no como mera alusión del hincha fanático que es (bueno, hincha fanático de Boca sería una tautología), sino en la disputa ideológica contra "ese hombre que nunca duerme y siempre está por delante de nosotros tramando cosas". Ese hombre es Milei y lo último que se le ha ocurrido: ir por los clubes para convertirlos en empresas con la idea, como ya se ha logrado en buena parte del mundo, que ningún pobre pueda ir a la cancha.
Así como Kohan puede condensarlo todo en una hora y media de charla, una nota de esta extensión choca contra el espacio, de modo que ahí va una síntesis: habló del acto de leer, de cómo la literatura está siendo recortada en las escuelas secundarias, del orgullo de ser un docente de la escuela pública argentina, de la amenaza con tumbar la Ley del Libro, que llevará a la ruina a las pequeñas y medianas librerías y editoriales, de la gauchesca, del Martín Fierro, del fútbol para refutar la tesis de la enajenación. "Nos dicen que el fútbol enajena, pero el que se enajena es el tipo que está mirando dos horas La Nación+ y después ya cree que se informó, que lo sabe todo", dijo y una ovación, de las tantas, partió del auditorio. Y habló de cómo el negocio global rompe el clímax del fútbol: "No tengo nada contra Shakira, pero Shakira no puede cantar en el entretiempo de un partido, como se hizo en la final de la Copa América. ¿Para qué está el entretiempo? Para hablar del partido, para seguir sufriendo, o para relajarnos, pero dentro del partido", dijo. Habló de cómo la violencia cruza toda la escena cotidiana. "Podemos detenernos en los presidentes... Vemos lo que está pasando (en relación al caso Alberto Fernández), y estamos fuertemente consternados, y seguimos consternados, porque esa violencia era imposible de imaginar", y en otro tramo agregó refiriéndose a Milei: "También vemos la violencia del actual jefe de Estado. Un presidente no puede llamar puta a una mujer, ni aún si lo fuera, o si no lo fuera. Nunca puede llamar puta a una mujer".
Habló de cómo se advertía la noción del tiempo en un ejercicio que hacía con sus alumnos, todos veintiañeros: "Cuando yo nací el Che Guevara estaba vivo", dijo, y contó la impresión profunda de los alumnos, como si el profesor estuviera en la misma generación de Julio César, San Martín o el rey Salomón.
Así, entre digresión y digresión, como parte de un todo y siempre por delante estuvo la literatura. Se sabe que un buen conferencista tiene al humor en su logística. Porque además, ¿cómo resistir un país como el nuestro sin humor? Ese humor en Kohan no sólo se erige en complicidad; también es ironía, es guiño, es cosa que si dice como al pasar y queda resonando en el aire. Al hablar de la guerra y comparar las del siglo XIX, con las del XX y las del siglo actual, refirió que las guerras del presente carecen de épica, por lo tanto, al no haber un héroe, las guerras se han trasladado al fútbol, "lo cual es bueno porque no hay muertos", dijo, para de inmediato hacer el giro al corazón de los boquenses: "Nadie murió en Madrid", soltó, haciendo alusión a aquella final que perdimos contra River. En cuanto a las guerras en Argentina, Kohan mencionó el libro ineludible, el libro de cabecera al cual le siguen todos los demás libros sobre la guerra de Malvinas, Los pichiciegos de Fogwill, y allí tuvo palabras muy elogiosas para Trasfondo, de la tandilense Patricia Ratto, y su forma de ver la amistad: un hombre que primero lee los libros (de Luis Sagasti, de Juan José Becerra, de Gustavo Ferreyra) y luego se hace amigo de ellos, es decir la literatura siempre por delante, también en clave de amistad.
A la hora y media de charla le hicieron saber que tenía que ir cerrando porque después quedaba la firma de libros, esas cosas propias de una feria. El tiempo alcanzó para volver al tema de la violencia y el poder. El escritor se detuvo en una instantánea de este tiempo: "Si uno mira las redes sociales verá que no pasan dos minutos sin que alguien no denigre a otro". La violencia verbal, el escarnio, el insulto como parte de la conversación pública y cierta naturalización de estas tensiones, dijo, resulta tan impresionante como la resignación del agraviado, la ausencia de reacción, ya no tanto por una ofensa en particular sino en honor a lo que llamó "la dignidad". Esa pérdida, la de la dignidad, que unos cuantos aún miramos con extrañeza, porque cuesta creerlo, resonó en sus palabras como una de las mayores derrotas. O como una de las causas por las cuales aún se debe seguir escribiendo.
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