Historias VOLVER
A quien corresponda:
A veces una carta es una botella al mar. Esa es la impresión que tengo mientras te escribo estas líneas, a sabiendas de que no es una carta de papel, de que aquí no tenemos mar, y de que apelo a la metáfora porque realmente parece difícil que estas palabras y vos se encuentren en algún lugar del mar digital en el que vivimos y, a menudo, nos ahogamos.
Hay una familia, un padre, una madre, tres hermanos, que te están pidiendo que devuelvas el celular que te llevaste (voy a evitar decir, por ahora, que te robaste) el viernes, mientras una chica de 16 años acababa de ser atropellada por un tren.
Como seguramente ahora ya lo sabés, por la dimensión pública que tuvo el accidente, la adolescente se llamaba Mía y murió en el acto, de modo tal que ni siquiera ella pudo verte llevándote su teléfono. Esto quiere decir que tal vez estés evaluando que lo que hiciste va a quedar impune. Que el video que dicen que hay de una cámara cercana no pudo identificarte y de que tampoco hay testigos, o que si los hay no han podido darte un nombre, una cara, un cuerpo, una ropa, algo que te revele, que te identifique, que te saque de las sombras donde ahora estás.
La mamá y el papá de Mía no quieren el celular, sino lo que tiene adentro: fotos y videos de Mía riendo, bailando, cantando, como posteó su madre. Es todo lo que les queda de esta inmensa tragedia. También ya te habrás dado cuenta de que el I Phone está bloqueado, por lo tanto no te sirve para nada tenerlo. Una campaña en redes sociales te está pidiendo, como seguramente ya debés saber, que te las ingenies para devolver el celular. Que te animes, dijo Matías, el padre de Mía, hoy en los medios. Que te animes.
Seguramente no te debe ser fácil volver al exacto punto donde también empezó tu tragedia. Porque robarle el celular a una chica muerta, te lo aseguro, significa un antes y un después para tu vida. Algo también se murió en vos con ese acto: si sos padre, o si pensás serlo algún día; si sos joven, cosa que no lo sabemos, estate seguro que envejeciste de golpe, que dejaste tu alma en esas vías, y que por eso mismo lo que te espera, lo que ya estás viviendo, es el derrotero de un desalmado. Y lo que vendrá será peor, porque siempre, por alguna razón, por alguna infidencia, por alguna deslealtad, por una curda que te soltará la lengua o por el destino mismo, las cosas se terminan sabiendo. Entonces será peor. Te vas a convertir, sencillamente, en un muerto civil.
Por lo tanto aún estás a tiempo. Tal vez no midas lo que significa el contenido de ese celular. Es la vida misma de Mía, la vida que perdura en un momento feliz, en instantes fugaces pero eternos, aún en medio de semejante hecatombe emocional para su familia.
Creéme que si devolvés ese teléfono a los padres de Mía estarás devolviendo algo de su vida, esa vida que encontraste rota para siempre después de que la pisó el tren. Porque una vida puede quedarse de muchas maneras entre nosotros. También, a través de la memoria de un teléfono, por lo tanto en esa devolución estarás reparando el peor pecado que se puede hacer en esta tierra: el de la maldad sin otro fin que la maldad misma. Eso no se perdona.
Si no te animás a dar la cara, hay muchas formas de que ese teléfono llegue a los padres de Mía. Que lo devuelvas, aunque te cueste creerlo, también te va salvar a vos.
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