Historias VOLVER

Un chalé y la envidia

Como el tiempo es finito (y cada día más finito que ayer) hay que saber elegir, sobre todo el libro que vas a leer. Ahora tengo este libro en la mano de Juan José Millás y Juan Luis Arzuaga: La conciencia contada por un sapiens a un neandertal. El título es buenísimo.

Y lo que sigue, esta cita, como para terminar de convencernos: hay que comprarlo. La cita dice así: «No hay lucha de clases entre las abejas porque desconocen su pertenencia a una u otra. Entre humanos se frustran hasta las más privilegiadas porque la frustración se halla en el corazón del deseo. No es esto lo que deseábamos, sino lo que representaba».

Y ahora esta historia que, aparentemente, no tiene nada que ver con el libro en cuestión. En mi barrio de la infancia (no quiero dar calles ni nombres porque todo lo que rodea a este relato está vivo, incluido los seres humanos), en mi barrio de la infancia, decía, había una casa que era la más linda de todas. Podría describirla de memoria. Era un chalé espacioso, con un techo espléndido de tejas antiguas, una gran casa con una casita más chica, un chalé como de juguete en el fondo.

Supongo que todo el barrio envidiaba esa casa. No le pongo al pecado capital ningún aderezo. La envidia es la envida. No digo, como suelen argumentar en defensa propia algunos, que se trata de "envidia de la buena". No creo que exista eso. La envida es envidar lo de otros.

Era una casa envidiable, digna de un profesional, algo que por otra parte, allá por los años '70, no estaba en el orden de lo común. En mi barrio había dos o tres profesionales (me acuerdo de un dentista, el doctor Slemenzon, o algo así y de un médico (el doctor Cabirón o algo así) que alquilaba su casa. Los profesionales no eran millonarios, pero tenían el rango del respeto. El chalé al que refiero no pertenecía a ninguno de los dos.

En fin, ese lindísimo chalé daba para la hipnosis. Nadie de nosotros, los chicos del barrio, supongo, quería vivir en esa casa. Éramos felices con lo que a cada uno nos había tocado. Pero resultaba inevitable deducir que no había casa más preciosa que esa, y que -en el fondo- la fachada exudaba una suerte de prosperidad para muchos imposible.

Ahora bien, ni siquiera de niños éramos como las abejas, pero sabíamos que picaban (y empezábamos a intuir nuestra capacidad de picado propio). La condición humana está en el ADN, por lo tanto si bien no teníamos ni la menor idea de qué cosa era la lucha de clases, tal vez sabíamos de qué se trataba nuestro lugar de pertenencia en la colmena humana, aunque estábamos muy lejos de sentir la frustración en el corazón del deseo no por lo que deseábamos sino por lo que esa casa representaba. Esa delicada cuestión se la dejábamos a los grandes.

Pasaron los años y algo más o menos increíble empezó a suceder con el chalé en cuestión. Entró, en cámara lenta, en un deterioro mortífero y lastimoso, una silenciosa decrepitud, un venirse abajo fantasmagórico, un lento desangrarse, mientras a su alrededor algunas viejas casas eran demolidas, otras se remodelaban y otras nuevas aparecían con el esplendor de la novedad. Pero aquel chalé extraordinario hoy mismo sigue su muerte lenta, su mutación de la fachada a casi toldería, su dejarse ir hacia la ruina sin que ya nadie pueda tomar la cita del libro de Millás y Arzuaga como referencia. No hay envidia, no hay lucha de clases, nadie quiere pertenecer a ese derrumbe. Hay solo el deseo de que alguna vez la belleza de aquel chalé hoy fosilizado y sombrío deje por fin de ser.

APORTA TU PENSAMIENTO

Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales.

Últimas noticias

Artículos

Zapatos

28/04/2021

leer mas

Historias

"Bon o Bon", a pedido

08/05/2021

leer mas