Historias VOLVER
Entonces la lectora Diana Jelu, por privado, en la fan page de este sitio web, me dice que falleció Lino Fernández y trascartón me pregunta si recuerdo aquella anécdota que vagamente cree que escribí yo hace algo así como quince años sobre el propio Lino.
Es algo que me pasa bastante seguido (tal vez Míster Alzheimer o lo que sea), pero suelo olvidar algunas cosas que escribo. Es probable que sea la suma de cantidad de material más la fatiga de los años, es decir el combo entre stock y recorrido lo que induce a cierta desmemoria, como por ejemplo la anécdota que me cuenta la lectora Diana.
Como sabemos, Lino Fernández era un suboficial del ejército que trabajó durante varias gestiones de distintos gobiernos al frente de la Dirección de Servicios. Lo recuerdo como un tipo que, en un área tan especial, tenía lo que hacía falta: manejo de personal. Y experiencia. Por eso los intendentes que fueron llegando no lo dejaban ir.
Era, además, lo que podríamos llamar un peronista de Perón, categoría política en vías de extinción.
Un día alguien -tal vez un peronista de Perón como él- pintó con aerosol la cara de Perón en el Murallón del Dique. No era precisamente lo que se llama una obra maestra, y debe haber sido Miguel Lunghi (el más peronista de todos los radicales) el que se comunicó con el Director de Servicios para decirle que había que limpiar el Murallón, que manos anónimas por la noche habían dejado su postrer recuerdo.
El Murallón es como un imán para lo que sea: desde una instalación artística hasta una pintada y algún que otro vandalismo. La historia se dividió en dos cuando en 1997 el escultor José Rossanigo colgó su escarabajo del Murallón y un oyente, desesperado, llamó a Radio Tandil para contar que había visto una horrible cucaracha trepada al altivo muro (¿?). También determinó su paradoja truculenta: el Murallón fue construido para detener las inundaciones (después de la inundación trágica del 51) y en los 90, con ese paisaje mucho más desolado que el actual, se había convertido en el tétrico trampolín de los suicidas. El escarabajo de Rossanigo duró unas pocas horas, lo bajaron a piedrazos pero su epifanía llegó a la prensa nacional, cuando Dipi Di Paola escribió sobre la kafkiana criatura en el diario Página/12.
Volviendo. Lino no preguntó de qué se trataba la pintada. Fue él en persona hasta el Lago con una cuadrilla de obreros, y cuando llegó y vio la cara del General, su sonrisa gardeliana brillando en la pared de hormigón, el corazón, afligido, le zumbó un tumulto íntimo y breve. Entonces el funcionario miró al Perón de sus amores con la misma devoción de siempre, luego se cuadró, hizo la venia, y lanzó para la posteridad: "Perdóneme, mi general, pero tengo que proceder a hidrolavarlo". El agua de la hidrolavadora se llevó los últimos rasgos del Perón del Murallón y Lino Fernández no habría de olvidar así nomás aquel día. Por lo que se aprecia, todavía hay lectores que recuerdan una de las tantas anécdotas que llevaba en su equipaje.
A los 88 años, Lino Fernández se fue el día de la primavera y el día de su cumpleaños. Una inefable coincidencia, la del florecer y morir, que parece cerrar el círculo de la vida misma.
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