Historias VOLVER
A los 31 años Albert Camus escribió: Existe un hecho evidente que parece enteramente moral: un hombre es siempre presa de sus verdades. Una vez que las reconoce, no puede apartarse de ellas. No hay más remedio que pagarlas.
Tal vez este pensamiento haya rondado los últimos veinte años de vida de un exbombero de apellido Aira.
Fue el hombre que en 1998, en su rol de experto en explosivos del Cuartel de Bomberos de Tandil, armó subrepticiamente una bomba, la colocó en un baño de la Clínica Modelo y luego él mismo corrió a desactivarla.
Salió en los diarios como un héroe local, pero de naturaleza efímera. A los tres días el jefe del cuartel descubrió el ardid y le dieron de baja de la fuerza. Pocos saben cómo siguió su historia. Cubierto por el bochorno, Aira se fue de la ciudad.
Cuando debió explicar lo ocurrido, dijo que había actuado por despecho: cada día recibía la implacable burla de sus compañeros.
Los bomberos cargaban las tintas con que había hecho un curso de explosivos de gusto, puesto que en Tandil jamás nadie había puesto ni nadie pondría una bomba. Aira respondió a la mofa que lo humillaba con un acto descabellado pero que representaba su forma moral de entender una profesión de riesgo. A su modo creyó que se había jugado la vida desactivando el artefacto que él mismo había concebido.
Las esquirlas del papelón lo desterraron a Buenos Aires. Murió treinta años después. Dejó un último deseo: que sus restos fueran cremados y sepultados en Tandil.
Ocurrió durante la primavera de 2018. Ningún servidor público del Cuartel de Bomberos participó del entierro. Aira había cumplido la sentencia de Camus: que un hombre siempre es presa de sus verdades. Y que no hay más remedio que pagarlas.
Fuente: Historias al paso, del autor. Ilustración: Andrés Llanezas
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