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Gloria y honor a Etelvina

El otro día fue el día de la enfermera, efeméride muy divulgada y celebrada en todos los ámbitos de la salud donde tantas mujeres (y algunos pocos hombres) han hecho de este oficio un credo humanista. Sin embargo, hay en la enfermería como especialidad una variante no siempre reconocida o, tal vez, en vías de extinción: la enfermera a domicilio.

Esto viene a cuento porque ayer un lector que vive en la Avenida de los Tilos, calle a la que le he dedicado un radioteatro y una saga de crónicas, me pidió si le daba el gusto de recordar las andanzas de Etelvina, que no sólo supo recorrer Colón de punta a punta sino que además, entre los años 50 y 60, redujo su territorio laboral a la avenida en sí, esto es desde España hasta Del Valle, zona donde urdió su leyenda.

Esta exclusividad geográfica tenía su razón."Los tilos me inspiraban", supo escribir en sus Memorias de una enfermera. Probablemente, haya sido recomendada por el Dr. Aldo Valentino, uno de los médicos de niños más tradicionales de la Avenida, cuyo consultorio estaba en Colón 1012. En 1965, la avenida presentaba un conglomerado de rubros, profesiones y oficios, donde casa de por medio atendían abogados y médicos (como el Dr. J. E. Gáspari o el Dr. Pablo Mastropierro), con el talabartero Daglio (en Colón 1026), la librería de Romero, los transportes de Distéfano y la casa de remates de Roque H. Vulcano.

Lo cierto es que Etelvina, por razones que tenían que ver con su enérgica impronta a la hora de colocar la inyección, se ganó una fama de enfermera brava y así fue socializando el pánico de los niños a los adultos. Ya en 1965 había prestado sus servicios al propietario del Taller de Radios, don J. García, a un empleado del Taller de Calentadores, a un huésped del Petit Hotel San José, que estaba en Colón 1279, a los dueños de la Tintorería Midori, a los empleados de la Fábrica de Masas La Perla y a un par de clientes de la Frutería del paisano Abait, en Colón 1120. Según las crónicas de la época, la praxis de Etelvina era recordada con unanimidad por una frase que se hizo popular en la Avenida: "Te deja el culo como una sardina / la pichicata de Etelvina".

La licencia poética puso de relieve al acto más temido por los pacientes: la técnica que Etelvina utilizaba a la hora de colocar la inyección. Si bien es cierto que no prescindía del algodón ensopado en alcohol y que entonces no existía el suero indoloro, la enfermera clavaba la aguja con un pinchazo seco mientras profería la incomprensible expresión de "¡¿Qué te parece chorlito?!".

Acto seguido emitía una suerte de placentera exhalación gutural a medida que el líquido de la inyección penetraba en la nalga del maltrecho paciente. "Ese era mi mayor goce. Algunos rechinaban los dientes del dolor pero su machismo les impedía demostrarlo", contó en sus Memorias. Tan solapado rencor tenía su origen en la historia personal de la enfermera. Cuatro veces se había presentado al Concurso de la Reina en los Bailes del Ferro, sin poder evitar que su gordura predestinara el agrio disgusto del fracaso. Era una venganza cósmica que parecía venir de las nalgas atormentadas de sus pacientes, quienes, sin más, comenzaron a llamarla sarcásticamente como "La Reina de la Pichicata", apodo que la enfurecía.

Fue el único título de nobleza que los vecinos de la Avenida Colón le concedieron hasta que le llegó la hora de la jubilación.

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