AGUAFUERTES VOLVER
Vengo de a pie por Saavedra y a pasitos de Marconi veo algo que ni sabía que existía. En otros tiempos se lo llamaba un gimnasio de box; ahora es parecido pero con otra estética, más a tono a la época. Sin embargo, no me detengo tanto en eso -que obviamente llama la atención, el estilo moderno del lugar- sino en lo primero que vi: una mujer joven, de calzas y guantes de box, de entre veinte y treinta años, dándole sin asco a una bolsa.
Como el boxeo me gusta muchísimo quedo detenido en la imagen: hay unas banderas de varios países que cuelgan, decorativas, desde el techo, y un hombre también joven que dirige la orquesta. En un rincón leo, si mal no recuerdo ahora que lo escribo, un apellido: Álvarez, el dueño del team. La chica pega a fondo el uno-dos y luego le deja el lugar a un muchacho que también repite el mismo doble golpe. El boxeo, como otros deportes, basa parte de su técnica en el automatismo. Ambos boxeadores van alternando el golpe a la bolsa con el guanteo entre ellos.
Entonces una voz a mi espalda dice: "Viste qué bueno, Elías". Me doy vuelta y es Daniel Perniola, el gran zinguero de segunda generación que una vez, cuando lo llamé para cambiar una canaleta, me contó que había sido alumno particular de mi madre, de la cual recordaba, para mi asombro, el tono de su voz. Daniel me cuenta del éxito que tiene el emprendimiento. Busqué en mi memoria el gimnasio del Santamarina. A los dieciocho años hice mis primeras armas en el periodismo cubriendo deportes, así que todavía lo recuerdo al "Coco" Fiori y a César Villarruel entrenando en un gimnasio despojado, con un ring de tablones, chico, de cuerdas viejas, y el olor típico de cualquier gimnasio de box, al menos del boxeo de antes.
Nada de eso se vislumbra (ni se huele) en el moderno lugar donde se enseña el arte del boxeo. Sí, el arte del boxeo. De Alí a Nicolino, pasando por Leonard, Durán y tantos otros, el boxeo es una disciplina dura y cruda donde se aprende a sufrir, como en el tango, y donde se pelea sin rencor. Las piernas solventan la elegancia y el estilo del púgil en el oficio de pegar y que no te peguen. Sigue siendo un deporte al que llegan los que más en el fondo del pozo están, pero si hay un rencor será contra el destino, contra la vida, contra las circunstancias, no contra el adversario. Si Twitter tuviera el honor del box, el mundo sería más saludable. La lección de dignidad que dio Tyson a los 58 años debería replicarse como una ética de vida.
Me costó bastante asimilar el boxeo femenino, pero cualquiera que entienda algo de box podrá maravillarse con ese mismo que ocurre con el fútbol femenino: la réplica automática de tics, mañas, gestos corporales y demás cuestiones que hacen a la tradición boxística iniciada por los varones. Esto también podría extenderse al ajedrez, y la serie Gambito de Dama es el mejor ejemplo.
"La otra vez estuvo Maravilla Martínez", me dice Daniel y nunca mejor el ejemplo del boxeador que se reinventó a sí mismo y que entiende como nadie ese mundo de narices chatas que ahora dispone de un bonux track impensado: hay gente que va a aprender a boxear por amor a la disciplina, como se aprende cualquier otro deporte. Conjeturo que en la calle Saavedra, a pasitos de Marconi, es exactamente eso lo que está pasando.
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