Historias VOLVER

Lo que no se escribe

-Dale, dale, contala.

-No, perdóname pero no.

-Es que la anécdota era buenísima. Yo te la escuché en la radio hace como...

-Diez años.

-Eso. Qué lo parió cómo pasa el tiempo. Estabas con Pepo, ¿no?

-Sí, con Pepo, en la vieja FM Tandil, 104.1.

-Pero también la habías publicado antes, ¿no?

-Una mención por arriba, apenas...

-Y bueno, entonces ¿qué te cuesta?

-Nada. O sí, todo. En este oficio se aprende, a veces tardíamente, cuándo no hay que escribir, cuándo hay que quebrar la pluma.

-No jodas. Te estás poniendo viejo.

-Sí, es probable. Alguien seguramente la contará alguna vez. No soy el único tipo que cuenta historias en este pueblo.

-Pero che, si al fin y al cabo los dos personajes de la anécdota están muertos.

-Por eso mismo. No pueden levantar la guardia, no hay defensa. Y además quedan hijos, familiares, amigos. Pero, por sobre todas las cosas, no es el momento.

-Dale, no hinches las pelotas. No des nombres. Ponele un seudónimo al tipo y listo.

-No.

-Ahora, posta, ¿eso ocurrió así tal como lo contaste esa vez?

-Sí, tal cual.

-El lugar, aunque sea recordame el lugar donde pasó.

-Un boliche al otro lado de la ruta. Listo. No digo más.

-Claro, claro... ¡qué aneda increíble! ¿No te da lástima no contarla de nuevo? Mirá que la cosa es como dice Mirtha: el público se renueva.

-No, no me da lástima.

-Está bien, supongo que son tus códigos.

-Eso mismo. Frente a la muerte no todo se puede contar y no todo se puede escribir. Chaucito, querido.

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