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Estornudos

En 1971 mi abuelo Nicolás Musa cobró una fama súbita. Nadie supo jamás de dónde le venía el abundante lanzamiento de sus brutales estornudos que ocurrían en su casa de Centenario (hoy Fuerte Independencia) y Constitución, ya largamente demolida.

La casa del abuelo tenía sobre Constitución, a ochenta metros, la vivienda de las hermanas Mansolido, que eran catequistas de la Parroquia del Santísimo Sacramento. Y sobre Centenario, a setenta metros, la humilde casa de los dos hermanos Talamona. Cuando Nicolás Musa empezaba a estornudar, en el barrio los vecinos buscaban los sótanos de las antiguas casas para guarecerse del bombardeo.

Estornudaba sentado, no usaba pañuelo, ni se tapaba la nariz. Dejaba salir el estornudo sin la menor preocupación, y como vivía en una casa chorizo de techos altos el eco del bramido, seco y gutural, reverberaba durante aquellas expulsiones que hacían temblar los vidrios con vitraux de la galería.

El ciclo de los estornudos encadenados debido a una alergia indeterminada, atravesaba las paredes y se esparcía por Centenario hasta la casa de los hermanos Talamona (pasando por la casa de "Tilo" Anderson, el chalé de "Totín" Leonardi y la familia Torres; y por Constitución el trueno llegaba hasta lo de las hermanas Mansolido, pasando por la casa de las hermanas Pavioni, la de la familia Deguer, la casa de doña Hilda Equiza, llamada "Villa Hilda", el chalé de Delfa Centineo y el almacén de la familia Romero, quienes empezaban a rezar el santo rosario con la esperanza de que al terminar la oración el terremoto nasal hubiera concluido.

Los hermanos Talamona, en cambio, habían hecho una apuesta: si algún día don Nicolás Musa superaba los 110 estornudos de su récord, el hermano menor daría una vuelta manzana en ropa interior y cantando la Marcha de San Lorenzo. Si no lo superaba, el mayor de los Talamona pagaría una parrillada en La Giralda de la Chola Anit, ubicada ahí nomás, en Constitución y Rodríguez.

El 12 de abril de 1971 al abuelo Nicolás lo sorprendió muy temprano el ataque nasal en el zaguán de la casa. Empezó a estornudar cuando llegó el lechero y terminó, extenuado, una hora y media después sin moverse de su sitio, sentado en el sillón donde imaginaba volver a ver los hermosos cedros de su Líbano natal: al cabo del tiroteo había cruzado la frontera de los 133 estornudos al hilo.

Aquel día la barriada, al borde de la demencia, creyó que el menor de los Talamona había enloquecido. Cuando pasó en calzoncillos por Rodríguez cantando "Cabral soldado heroico, cubriéndose de gloria", y se cruzó con Estévez, dueño del atmosférico La Vencedera, el fundador del mierdero más popular del pueblo le ofreció una frazada para cubrirle las partes íntimas.

Talamona agradeció la ayuda pero dijo que estaba pagando una apuesta. Que se sepa nadie nunca jamás volvió a descerrajar 133 estornudos en continuado, ni antes, ni durante ni después que el abuelo Nicolás Musa dejó las calles de este mundo.

Imagen ilustrativa.

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