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Soñada

Bueno, ¿y entonces qué? Ya lo saben, no es ninguna novedad. Pero claro, el tipo, a los 81, aparece en la ceremonia de los Oscars y lo ve el mundo entero.

Ahí está el condenado de Mike Jagger para darnos algo, en pleno carnaval, en pleno feriado, que escribir. Porque es cierto que temas no faltan: ahí lo tienen a Caputito, el pequeño Rasputín "colocado" (en la jerga, pasado de cocaína) volviendo a estrellarse contra sí mismo, primero contra un esbirro insignificante llamado Jony Viale y luego contra Facundo Manes, una suerte de Lázaro radical, en fin, que hizo algo inteligente y lógico: ocupar su banca en el Congreso para escuchar la catarsis esquizoide del esperpéntico zar elegido como presidente. Ya sabemos que los lugares que se dejan vacíos los ocupan otros, aunque sea el aire.

De modo que en este feriado de carnaval por el lado del autor de estas notitas quedaban pocas cosas por hacer: leer un libro de Enrique Vila-Matas que se llama Montevideo (y maldecir el olvido imperdonable cuando conocí esa ciudad de no haber ido al hotel Cervantes, ahora llamado Esplendor, que inspiró el cuento "La puerta condenada" de Julio Cortázar), y también hacerme una pasadita por la fiesta de Claudio Crespi en el Anfiteatro.

Lo de los Oscars, entonces, fue pura casualidad. Las redes habían spoileado que iban a participar Robert De Niro y Demi Moore. Demi además competía como mejor actriz, lo cual casi es un dato lateral: lo que importa es la belleza mutante de Moore. Tanto como la juventud a prueba de todo de Mike Jagger, nacido en 1943 en Dartford, el stone indestructible, la garganta soñada. De Niro fue derecho a los bifes, como debe ser: "¡Fuck Trump!", le dijo casi en su cara.

Es el momento donde cualquier mortal se pregunta cómo ha hecho esta gente para estar como está, intacta a los vendavales de la vida, como si nada las hubiera rozado. No es que uno compare: por algo son estrellas y tienen ese fulgor persistente, ese brillo inoxidable. Jagger y Moore nos permiten creer en la derrota de la vejez, en la suspensión del tiempo, en la ridiculez del almanaque.

Salvando las distancias, algo así le pasa en nuestro rincón del mundo a Claudio Crespi, DJ, showman, organizador de eventos, vendedor de ilusiones. El tipo no quiere envejecer, su primera batalla es contra el tiempo. Y la viene ganando. Físicamente impecable (no toma, no fuma y corre diariamente los seis kilómetros de la Senda de las Ánimas) está también su vitalidad mental, sus ganas de vivir, y la necesidad de reinventar algo que le dispare la adrenalina. Hace meses empezó a pensar en los 50 años de trabajo que iba a cumplir en marzo de 2025. Y ya todos saben lo que pasó: hizo un libro y una fiesta en el Anfiteatro con un premio espectacular para todos aquellos, es decir la inmensa mayoría de la gente, que gustan de estos eventos: el obsequio de una fiesta para 150 personas con todo pago.

Y a veces la vida, muy pocas veces, digamos, te guiña un ojo en señal de justicia poética. La participación en sus redes fue multitudinaria y los ganadores del sorteo fueron Guillermina de Muguruza y Enrique Núñez de Roqueondo. Son una pareja joven, se casaron el 14 de febrero de este año y como andaban muy justos con el dinero, les prestaron una quinta donde hicieron su fiesta de casamiento para veinte personas, entre familiares y amigos. Como un final feliz propio de Hollywood, ahora ellos tendrán la fiesta soñada.

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