Historias VOLVER
Usted se imaginará -me dice el tipo, que mira el lago, la línea tendida no muy lejos, la boya rojiza planchada, la caña entre las piernas- que estoy esperando que llegue mañana, lunes, a las diez de la mañana, como todo el mundo, para ver a cuánto sale disparado el dólar. ¿No?
Pues bien, le diré la verdad. No. Así como me ve, un hombre solo, un domingo a la tarde, en esta islita pedorra, en este charco mínimo, pero con ese sol generoso, que no quema pero tampoco defrauda, en alpargatas, con el termo, el mate, el banquito para cuando me canse de estar parado, así como me ve, usted puede estar seguro que me importa un reverendo pepino cómo abra o como cierre el dólar. ¿Y sabe por qué?
Porque, número 1: no tengo un solo dólar encima.
Dos: no tengo cuenta corriente. Caja de ahorro y gracias.
Tres: no tengo Home Banking (¿se dice así?). No le digo que estoy afuera del sistema porque no, decir eso sería mentirle. Soy el paso posterior al simio del que venimos todos: soy un Mono-Tributista, categoría a la que el mismísimo Darwin no evaluó. Pero eso quiere decir que ser un mono que tributa lo mínimo, tal el caso del que suscribe, me exime de preocupaciones mayores. Un mono que habita el bajo fondo del capitalismo no tiene tiempo para destinarle al valor del dólar. Como dicen los economistas: el mercado se encargará. Flotación a dos bandas, dicen.
Y tres: porque tengo memoria. O sea que cualquier que haya pasado los sesenta pirulos sabe perfectamente cómo sigue esta historia.
Por la cara que pone parece que uno fuera un desalmado, un tipo que se desentiende de los problemas de sus compatriotas. Y no es así, para nada. Ocurre que, como usted se imaginará, el problema no está en mis manos. Quiero decir: en mis manos ahora, humildemente, está la caña. Tiene sus años pero es noble. Sabe de tardes ingratas, de jornadas pródigas, de pesca abundante o paupérrima. Pero eso no importa tanto como lo que la caña significa: es mi cable al agua (porque si fuera a tierra no pescaría ni una lombriz, ¿vio? Chiste malo, pero algo es algo). En mis manos está la caña, allá lejos la boya, rojiza, flotando, como el país, como el dólar que desde el lunes flotará a dos bandas, dicen que entre los 1000 y los 1400 mangos, y en un fondo que no puedo precisar, pongamos dos o tres metros, el anzuelo con la carnada.
Entonces qué nos espera: anzuelo y carnada, pesca de verdes para el lunes tan esperado. Usted se imaginará que soy un pescador sin esas expectativas. Y que lo que vaya a pasar lo sentiré, como cualquiera, a la hora de pasar por el almacén. Usted se imaginará que no llegué a este estado de desaprensión de la realidad así porque sí. No. Tampoco tomé un curso de cowching ontológico, ni descubrí que mi apatía viene de herencia de las vidas pasadas por el dolor de las piedras en la vesícula que tenía mi tatarabuela. No. Usted se imaginará que antes de venirme para acá, para el dique, pasé a visitar a mis queridos amigos que dormían bajo el solcito apacible del domingo, dormían silenciosa y largamente, como diciéndome que no me preocupe por nada, que todo en este país, como dice el paisano Asís, tarde o temprano terminal mal.
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