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Leyenda

Famosamente, Hugo Orlando Gatti definió al arquero como el puesto de los boludos. Él, que de boludo no tenía nada. Pero semejante silogismo dejaba entrever la paradoja más importante y la que lo hizo un distinto: la del arquero que gozaba jugando la pelota estando lejos del arco.

Esa novedad marcó lo que fue: un completo adelantado, un arquero que sabía jugar con los pies. De esto hace algo así como cincuenta años. Flaco, alto, algo desgarbado, innovador, Gatti fue un caso único. Como Bochini. Se dirá que era otro fútbol, lo cual es cierto, pero a cada uno le toca la época que le toca.

Con nosotros, los boquenses, ganó todo. Yo tenía dieciséis años la noche que Gatti le paró el penal a Vanderlei, del Cruceiro, y ganamos la Libertadores del 77. La tele era en blanco y negro. Nos dirigía el Toto Lorenzo. Vanderley esa noche se quiso morir, y se murió al tiempo nomás.

Patentó jugadas para la eternidad. "La de Dios", por ejemplo. Arrodillarse completamente jugado frente al delantero, con los brazos abiertos, ahicándole el arco pero sin hacer casi nada. Es decir tapándole psíquicamente el remate final al delantero. O ver el partido sentado contra el poste. O mandarse sus buenas macanas, por jugar adelantado y comerse unos cuantos goles de emboquillada. O su irrefrenable tendencia a la boconeada, como cuando ninguneó a "ese gordito" y al otro día Diego le clavó cuatro pepinos con la camiseta de Argentinos Juniors. Pero, ¿qué? ¿Quién se lo iba a reprochar?

El arco, esa casa de angustias, con Gatti dolió menos. El arquero, por definición, es alguien que está llamado a hacer lo que los otros diez jugadores de campo no harán, entre otras cosas tocar la pelota con la mano, y es el puesto ortiva por excelencia: todo lo que haga un arquero resulta visiblemente delator. La psique del arquero no puede ser la misma que la de un jugador de campo, porque desde el vamos hay algo demencial en aceptar ese lugar donde ni siquiera el jugador lleva la camiseta de su equipo. El arco es una cárcel para el arquero común corriente (como el corralito para los técnicos), y el arquero tiene la misión más horrible de lo más hermoso del fútbol: evitar el gol. Cualquier gol, el golcito, el golazo, el gol en contra, el gol de oro, el que sea. Para eso ha nacido el arquero, para constituirse en la negación del gol, que es el episodio más cismático y constitutivo del fútbol. Así las cosas, ¿qué se puede esperar de un arquero sino el lugar del estoico parado en la línea de la inmolación? Aunque si lo pensamos un poco, comerse unos cuantos goles -muchos en la vida de cualquier arquero- es un pasaporte pedagógico a la sabiduría, aunque duela.

Gatti jamás se ajustó a la lógica del arco. Por eso, nunca fue un arquero atajador ni tampoco volador. Fue un arquero de ubicación, un arquero-líbero, que desdramatizó el puesto, como Nicolino Loche le quitó angustia al boxeo. Un arquero que jugaba con felicidad.

¿Qué mote le iban a poner si no era el de "Loco"? Porque, en efecto, había que estar un poco loco para hacer las cosas que él hacía, en un tiempo de formidables arqueros atajadores como Carrizo y Fillol. Pero así son los locos, de esa materia están hechos.

Gratitud para siempre al Loco Gatti. Leyenda bostera que se hizo leyenda mucho tiempo antes de un día como el de hoy en que a los 80 años se despachó con el largo adiós.

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