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El otro Virgilio

Sabemos que el poeta romano Virgilio aparece de guía del Purgatorio y el Infierno en La Divina Comedia de Dante Alighieri. Pues un segundo Virgilio, José Virgilio, replicó aquel martirio en su versión terrenal durante no menos de veinte años cumpliendo una actividad ya extinguida tal como se hizo en el siglo XX.

El infierno de nuestro Virgilio, que trabajaba para el diario El Eco de Tandil, tenía que ver con una inexplicable pasión lugareña: el imán por las necrológicas. Virgilio no sólo las escribía sino que debía elaborar el trabajo de campo previo: cada semana con el listado de las pompas fúnebres iba por las casas de los muertos, apuntaba con sincera compasión el trazo biográfico del extinto que le aportaban los parientes, a la vez que se hacía de la fotografía de papel que ilustraba el obituario.

Era un trabajo insalubre y kafkiano que Virgilio con los años naturalizó de manera automática. Su jubilación coincidió con el nacimiento de las redes sociales que -al menos en la cuestión fotografía- resolvieron el incómodo problema de tener que ir por la imagen del muerto. Virgilio no dejó epígonos.

Durante un tiempo los diarios siempre debieron contar con algún integrante menor de la redacción que fuera en búsqueda de la biografía de los muertos sin cuentas en las redes. Ahora me dicen que les piden a los deudos que respondan un interrogatorio del muerto, un listado de preguntas que envían por mail, para que luego alguien de la redacción arme el obituario. Otros tiempos.

Aún se evoca -y por piedad corporativa de prensa se pretende que la historia quede como una leyenda urbana- la primera y última aproximación a esta tarea de un novel cronista. El diario lo envió a una calle remota y sin número del barrio Fatica. Llegó no por el GPS de su automóvil sino debido al único navegador verdadero: la voz de los vecinos. No sabía nada del muerto y cuando tocó la puerta una mujer en deshabillé lo hizo pasar.

En la radio sonaba el tango "Rencor". Sentado a la mesa de la cocina anotó el nombre del difunto. Supo por su viuda que se había llamado Omar, que se habían casado hacía 43 años, que había sido visitador médico, hincha de River y de Santamarina, y que coleccionaba estampillas. Buen amigo, entrañable abuelo, respetado vecino.

Pero el cronista, dando por concluida su visita, cometió un paso en falso, una indagación innecesaria. Le preguntó a la mujer cómo iba a recordar a su marido. La viuda, sin dudarlo, contestó: "Como el más grande hijo de puta que conocí. Ponelo con todas las letras, pibe", dijo.

Naturalmente, Virgilio hubo uno solo.

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