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Juventud del Ideal

Eran tres. Aparecieron entre la fila de lectores a los que les estaba firmando el libro, en los Altos del Ideal, ayer. De golpe, se plantaron las tres, sonriendo, tal vez de mi propia sorpresa. Ellas, no más veinte años, con toda la frescura de la edad, parecían -en un universo de lectores que ya habían cruzado largamente la loma de los 50/60- una epifanía.

Las miré y pensé qué estaban haciendo ahí, en la galaxia de un bar del que nada sabían, ni de su leyenda, ni de su pasado remoto, ni de sus infortunios y casi nada tampoco de su resurrección. Pero ahí estaban.

Una de ellas me extendió el libro y la otra chica me dijo lo primero y fundamental -que estaban allí porque les interesaba la historia del lugar, de la esquina, de lo que apenas intuían a través del velo del tiempo. Ahí empecé a entender.

-Ustedes son estudiantes de la carrera de Turismo, ¿no?

Y las tres sonrieron y dijeron que sí, y cuando le pregunté a quién se lo firmaba dijeron que a las tres, y ahora no recuerdo sus nombres porque firmé muchos libros y porque tenía la mente un poco nublada por el regusto amargo de ver cómo tantos amigos no pudieron entrar a la presentación porque no había más espacio, lo cual era algo previsible pero no tenía remedio.

Mientras firmaba escuché lo que estaban buscando del Ideal: la trama detrás de la trama, en cierto modo algo de lo que había estado hablando minutos antes, cuando dije que los bares, los restaurantes, no son meros sitios donde la gente toma un café o come, o ambas cosas. Son lugares por donde circulan microhistorias, relatos, anécdotas o historias que a veces convergen entre sí, o que -como el ejemplo que usé- tienen un efecto de proyección en el tiempo completamente inesperado. Conté entonces que en una mesa del Ideal, y señalé cuál mesa era, a mediados de la década del 90 cuatro personas se habían reunido para concertar un negocio. El pueblo, en esos días, tenía un solo canal de cable, Cerrovisión (al que Dipi Di Paola, con esa malicia genial que tenía bautizó "Cerdovisión", neologismo merecido a la tirria que se había ganado la empresa en la sociedad, como todo monopolio). Para morder ese monopolio el dueño de Nueva Era, Aníbal Filipini, Lucho Mestelán y los recordados hermanos Puchuri (familia por entonces de mucho dinero, vinculada a los Figueroa) se propusieron en la mesa del Ideal fundar un nuevo canal de televisión. Y así, sin más, crearon TeveSol, un canal de aire que duró un suspiro (las antenas parabólicas hasta hace poco estuvieron en un lote cercano al Calvario,) y, ya que estamos con esta palabrita, el calvario les dejó la pérdida 1 millón de dólares. Para Nueva Era fue un golpe durísimo, quedó casi al borde del nocaut con su tecnología perimida y un diario que salía de tarde, a contramano de la oscilación de los planetas; y el Eco llegó muy poco tiempo después al offset, el diario color, y a la creación del multimedios que reconfiguró para siempre los liderazgos mediáticos del siglo XXI en el pago chico. Y todo eso empezó ahí, en esa mesa, señalé.

Y luego fuimos por los personajes del bar de los años sesenta y setenta, por ciertas leyendas urbanas, por cómo se construye una anécdota, en fin, les dije a las tres estudiantes de turismo, si algo de todo les sirve, en mi Facebook hay fotos y todo lo que quieran usar.

-Ellas usan Instagram, Elías. No les hables de Facebook -apuntó Pepo Sanzano, que tiene la suerte de trabajar a diario con gente joven.

Y yo terminé de firmarles el libro, las miré, y vi ese brillo de curiosidad vital que titilaba en la expresión de las tres, en esas sonrisas sin heridas, en la juventud con la que habían llegado hasta allí, al corazón del Bar Ideal, llevadas por la pulsión del querer saber, a ese lugar donde todos fuimos jóvenes alguna vez.

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