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Se ha vuelto viral, para decirlo en el lenguaje de las redes, un hecho casi surreal: una periodista a la que Perfil le pagaba una miseria y le debía cinco meses de sus notas, publicó el artículo denunciando esta situación en el mismo medio, con la certeza de que ni siquiera su editor iba a leer la nota antes de publicarla. No se equivocó, pero lo mejor vino después.
Se llama Leticia Martín y hasta el domingo era una casi completa desconocida. Periodista, escritora (que viene escribiendo una novela), harta del ágora fétida en que se ha convertido el periodismo -o mejor, los medios de comunicación que han destruido esta profesión- lanzó un misil silencioso por debajo de la línea de flotación: esquivó al editor de su sección, al corrector (invisible, pues ya no existe tal cargo) y se clavó entre los ojos de los lectores, poniendo en blanco sobre negro su situación laboral en Perfil. Fontevecchia le paga 50 mil pesos mensuales y hace 5 meses que no le paga.
Podrida de semejante destrato, supuso que iba a pasar lo que pasó: ni el editor se tomó el trabajo de leer su nota (para eso le pagan) que finalmente apareció en la edición dominical de papel.
Desde el domingo, algo ha cambiado en la vida de Leticia. Su caso revela la intemperie de un oficio que alguna vez supo de mística y prestigio.
Seguramente, luego de ordenar levantar la nota de la web de Perfil, la periodista fue despedida del diario, y tal vez dentro de tres o cuatro años le gane el juicio a la editorial. Lo mejor que todavía tiene la prensa -por muy poco tiempo más- es el papel, es la concreta materialidad del papel, es su irrevocable certidumbre. Ahí quedó su nota "Nadie lee nada" para que la estudien en las universidades, como símbolo de un diario inmoral (¿cómo podemos llamar a una empresa que no le paga el jornal a sus empleados?), y también, desde el otro lado de la fosa, el gobierno esperpéntico que se apena porque la sociedad "no odia suficiente a los periodistas".
Con este panorama, más vale, como solemos bromear con Pepo, ir por otro laburo, dedicarse a otra cosa, y por eso sigue firme la idea de la mercería en la Avenida Colón.
Así las cosas, ¿para qué escribir? Muy simple. Porque escribir es como parpadear, es inevitable, te paguen o no te paguen.
Escribir, también, es tener en claro qué cosas sabe hacer uno y qué cosas no. Por ejemplo, no vestirse con el traje del culto y el erudito, no ser lo que no se ha llegado ni tal vez se llegue nunca a ser, es decir evitar tocar de oído. Lo que no se sabe, no se sabe.
De lo contrario te puede pasar lo que a la pluma número uno de La Nación, Joaquín Morales Solá, en su editorial del domingo. Intentó meter, fuera de contexto, el título de una novela de Juan José Saer (Nadie nada nunca) y escribió: "Nadie nunca nada (Saer)". No sé cuántos lectores se percataron de la errata, porque Juani nunca fue un escritor popular, pero sí sé que el argumento es falso: siempre alguien lee.
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