Historias VOLVER
Detrás, al fondo, en el atardecer quieto y muy frío, es probable que se sienta la música del mar. Es Mar de Ajó y es domingo. Cae la noche y un hombre solo, con su camiseta y su bandera del calamar, festeja.
La escena contradice, en gran modo, el ritual celebratorio del fútbol como acontecimiento de masas. ¿Qué hace ese tipo con su alegría, con su emoción, con esa indómita felicidad que le acontece ahora que ciento veinte años después de la fundación su equipo ha logrado, por fin, un campeonato?
¿Qué hace -pregunta no retórica- con su festejo sin tablón, sin hinchada, sin barra, sin bar, sin café, sin amigos, sin el Otro de su mismo cuadro? Porque esa noche, más que nunca, el Otro es Calamar. Y la foto y el título y la bajada de la web de la FM de Mar de Ajó lo exponen sin fisuras: hay en la localidad costera señalada un solo hincha del club Platense.
Es uno y en ese Uno hay, vaya paradoja, la unicidad y la totalidad. Uno y el Universo, valga la paráfrasis del gran libro de Ernesto Sábato. Es su ser, su ser calamar, y el Universo que en ese instante se ha pintado de dos colores, el blanco y el marrón. Para entender esta rara policromía hay que ir al señor Wilkipedia.
Debemos buscar la génesis cromática de Platense en el stud de un caballo que había ganado una carrera muy importante. Hubo polémica en esos días fundacionales. Primero se eligió, para la camiseta del equipo, los colores rojo y negro, en honor al atuendo del jinete. Pero después se cambió al blanco y marrón, que eran los colores del stud propietario del caballo. Nos imaginamos una fuerte interna entre los exégetas de ambos colores.
Todo esto lo debe saber el hincha anónimo, el único hincha de Platense que en Mar de Ajó, ya en el crepúsculo del domingo, agita la bandera del club pero sin el contexto de cualquier título: las bocinas, los cantos, los abrazos propios de todo festejo futbolero.
Acá no. En la foto -y en el clima real de la imagen- hay silencio. Y frío.
El otro objeto que acompaña al hincha reconstruye su recorrido. Una moto. El tipo venía en la moto, gritando al viento su más genuina felicidad, cuando de golpe de detuvo, en una esquina, y empezó a agitar la bandera. Y a cantar. Solo como loco malo, diría el refrán.
Es rara esa soledad futbolera, esa ausencia de abrazos, ese grito que no se superpone a ningún otro, que sale, redondo, de la redonda boca feliz y enloquecida, se expande en la negrura del cielo, sin más eco que el último aliento de la disfonía, y luego se desvanece hasta perderse en el aire del mar.
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