Historias VOLVER
Pienso en la crudeza de las palabras, en el tenor premonitorio que contienen, en no poder imaginar que al nombrarlas (no solamente al escribirlas) las estamos convirtiendo en acto, en praxis. Las palabras que producen los hechos.
Pienso en un cantante popular que en el último cuarto de hora de su carrera está actuando en un teatro de Tucumán. Es el 11 de marzo de 2019, y Sergio Denis tiene casi 70 años. Es el Día de la Mujer. Es el momento del cierre, el momento en que el artista va creando la atmósfera del final. Apela, entonces, a uno de sus hits. Suelto, distendido, avanza en la media penumbra del escenario, y canta una canción de despedida. Una canción que se llama, precisamente, "Te llamo para despedirme".
El público femenino delira. Cuando llega al estribillo, que es esa parte de la canción que se impone por sobre el resto de la melodía (el fragmento que hace literal el lema "una que sepamos todos"), el cantante se acerca al borde del escenario. Te llamo para despedirme, dice. Y da otro paso, el paso que, sin saberlo, será el último, el de la despedida sin más. Cae el cantante al hondo foso del teatro dejando tras de sí sus últimas palabras. Los celulares del público graban esa muerte lenta, pues el artista, sin despertarse, morirá 431 días después.
A muchos kilómetros de Tucumán, esa misma noche, la de la caída de Sergio Denis, una mujer de sesenta años que se llama Mirta y vive en una ciudad de provincia cuyo topónimo significa "Piedra que cae", en honor a su célebre roca oscilante, le escribe un guasap al hombre que era su marido hasta que hizo algo de manual: la dejó por una mujer veinte años más joven que ella. "Que caiga sobre vos la peor de las maldiciones", le guaseapea Mirta.
El hombre no toma debida nota del poder truculento de una maldición. No comulga con superstición alguna. No cree en la cábala, ni siquiera en la suerte, ni en el azar, ni en las inescrutables leyes del destino. Vive, como suele decirse, ajeno a cualquier factor exterior a su ser. Lo único que consulta, siempre, es el servicio meteorológico, sobre todo para ver cómo va estar el clima al día siguiente: es constructor, tiene a cargo algunas obras y está podrido de los albañiles, que, según ha dicho, son su verdadero karma
Pero no. El karma es el vacío. Tras la caída de Sergio Denis, unos meses después Mirta cae feamente desde el cordón de la vereda a la calle, pero el tropiezo de tan módica altura le origina una quebradura de cadera. Pronto conocerá ese artefacto miserable llamado andador.
En ese momento la conocí, en un pasillo de la Clínica Chacabuco. Ahí fue donde me contó su historia y su arrepentimiento: "La maldición que le eché me jugó en contra", dijo.
La historia podría terminar acá, pero al relato le falta una vuelta de tuerca más: dos años después del Gran Porrazo en Tucumán, cuando, recordemos, Denis llamó para despedirse, el ex marido de Mirta hace lo que no debe a los sesenta y pico: sube a un andamio para controlar de cerca el revoque de su albañil, y como si una mano invisible lo empujara al vacío, cae de diez metros al piso, fracturándose una pierna. De la mujer por la cual dejó todo no supo más nada; a Mirta la reclama pero en vano. En el boxeo, la regla de tres caídas (la de Denis, la de Mirta y la de su ex), es pelea concluida.
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