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Cuento: El panchero

De un día para el otro, así como se lo digo. De un día para el otro y fuiste: treinta y cinco años tirados a la calle, y esto que digo es literal porque en la calle nací y en la calle me mandaron al muere. Y para peor, como una joda macabra del destino, porque si hay Dios que esto sí que jamás lo pude imaginar, para peor me cagaron con maldá, porque si hay algo humillante para un panchero de pueblo, un panchero de tierra adentro, es que te la pongan con el yanqui Madonal, eso sí que no tiene perdón. Porque que a un tipo que hace panchos, que vive de su noble elemento, el pebete y la salchicha, lo desalojen para ponerle la alfombra roja al potentado de las hamburguesas yanquis, eso sí que no tiene perdón. ¡Cipayos! Es como le decía a mi señora ayer... A nosotros, le decía a la Susana, a nosotros nos meó un elefante, Susana, qué digo un elefante, nos meó toda la manada de elefantes de África, qué digo de África... ¡del universo entero! Y después de los elefantes vinieron Tarzan y la mona Chita y también nos mearon desde arriba de un árbol.

Pero como le digo lo que más duele es la mala leche, y la subestimación. Soy el panchero más infravalorado del mundo. ¿Qué se pensaban, que no me las podía aguantar contra Madonal, aunque lo tuviera a medio metro? Y sí, eso pensaban, porque ni siquiera tan luego hubo una consulta. No sé, un decir: me llaman de la Municipalidá y me dicen: "Panchero, estás complicado, viene el Rey de las Hamburguesas, el Dios de los yanquis, ¿qué podemos hacer por vos?". Eso esperaba uno que le dijeran. Un apoyo, un aguante aunque sea moral. Pero no. Los de la Municipalidá vinieron, sí, pero para decirme que me las tenía que tomar porque toda la esquina de Alem y Pinto, toda la playa de estacionamiento, por decirlo así, había cambiado de manos. Y yo muy ingenuo les dije: "Pero che, si yo estoy en la vereda, no les ocupo lugar", lo cual era fácticamente cierto. La palabra "fácticamente" me la enseñó el boga Zubeldía, que tiene su estudio en la misma calle, a pasitos de Belgrano. El boga me decía: "Panchero, tus panchos son fácticamente insuperables".

Bueno, retomo. No me tuvieron fe. Es cierto, no voy a negar que la tenía fea. Es como si Santamarina tuviera que jugar contra el Real Madrid, pero una cosa no quita la otra. Además, ¿treinta y cinco años contra viento y marea en mi puesto de chapa no te da algún derecho? ¿Pasar todas las inclemencias del tiempo y de la vida y del país en la calle no vale nada? Porque le aclaro que me tocaron épocas muy jodidas. ¿Usté sabe lo que era vender un pancho en pandemia? ¡No le vendía un pancho ni a las rosadas voluntarias!

Pensar que yo quería ser poeta. Era bueno en la escuela, una vez escribí una composición tema mi bandera, y me saqué un muy bien diez felicitado, y bueno, en casa había que parar la olla así que pasé de sopetón de poeta a panchero, con lo cual es evidente que la letra P marcó mi vida. Y de a poco me fui encariñando con el trabajo. Un panchero no tiene horario, ¿sabe? O sea, sí, tiene, pero uno se va acomodando a las modas. Había que estar atento, porque la juventú cambia. Y mi producto, por decirlo así, es mayoritariamente elegido por los pibes. Me la empecé a ver venir hace como cinco años, cuando cerró la Polivalente. Hasta ese día yo me preguntaba quién se vendría abajo primero, si la Polivalente o el panchero. Mire que tiene años ese edificio... Bueno, ¿ve? No entiendo por qué el yanqui Madonal no eligió el Polivalente... ¡si ya tenía el edificio construido! Hecho pomada, es cierto, pero de pie. Acá tiene que empezar de cero, pero además con un antecedente muy funesto, muy jodido para cualquier negocio, y algún día se lo voy a decir. Le voy a decir: "Che, Madonal, esta esquina es yeta. Es mufa, te lo juro por Dios". Porque entre nosotros, si nunca funcó una playa de estacionamiento, en una ciudad reventada de autos, ¿es yeta o no es yeta? Si como playa de estacionamiento no anduvo, ¿a quién le vas a vender una hamburguesa, Madonal?

Esa pregunta inquietante también vale para mí, lo acepto. Porque según dicen me van a mandar el puesto de panchos a la plaza de los troncos. O sea que estoy jodido. Cuando los de la Municipalidá vinieron a informarme de mi nuevo destino, yo pensé que era el acabóse. Porque además uno se acostumbra, uno se va encariñando con el lugar. Imagínese las cosas que yo vi pasar en esta esquina. Por eso tengo esperanzas. Piense que enfrente, donde ahora esa librería rara, hace como treinta años también vinieron los yanquis, como ahora con Madonal... ¿Se acuerda? Tenía un nombre difícil... ¡Blocbaster! Alquilaban videos, ¿se acuerda? Y bueno, fíjese lo que duró. Nada. Por ese apego al terruño, la gente prefería alquilarle videos a Júpiter que al yanqui Blocbaster. Y Júpiter, que la vio venir, se reconvirtió... pasó de alquilar videos y cd a vender juguetes o algo por el estilo.

Yo les dije eso a los de la Municipalidá. Les dije: denmen tiempo para reconvertirme, todo hombre necesita reinventarse para seguir. Pero no, me dijeron que en treinta días a lo sumo iba a tener que llamar al portugués de la mudanza. Así que no hubo chance, parece que el mister Madonal exigió mi retirada. Parece que dijo: "O es el panchero o soy yo". Y bueno, algo es algo. Perdí contra una potencia mundial de mi rubro, soy una víctima más de la globalización. Fui el primer derrotado, pero que se agarren los otros, ¿no? Que se agarre el Golden y Figlio y el Ideal, porque así como Madonal vino por mí también va por ellos, ¡eh! Además, ¿qué iba a hacer? ¿Ponerme en huelga de hambre para que no me rajen? Uno no puede oponerse al progreso de la ciudad.

Para terminar, le juro que la mañana que agarré el destornillador y empecé a desarmar el puesto, sentí que se me aflojaban las piernas. Me acordé de la canción de Larralde, porque nadie salió a despedirme cuando me fui de la esquina... Solamente el boga Zubeldía. Nos abrazamos fácticamente, sin decir nada, escondiendo un lagrimón... Luego subí las chapas del catafalco a un carrito que me prestaron, agarré por Pinto para el lado de Santamarina y me fui silbando bajito, como quien nunca anduvo por acá, como un fantasma más de estos tiempos idos.

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