HISTORIAS DESDE EL BAR IDEAL VOLVER
Viene derecho a la mesa, con la convicción de que tiene algo para decir, y de que si no lo dice ahora, mañana será tarde para siempre. Tiene unos setenta y pico, y es -como todos los de esa edad- un sobreviviente del Tandil de los años felices.
Se sienta, se quita el abrigo, se deja la bufanda puesta, la gorra también sigue arriba de su cabeza redonda y grande. Suspira, se frota las manos, no incurre en el lugar común del frío antártico que nos tiene congelados. Estira por fin la mano, aprieta fuerte. Dice llamarse Eduardo. Luego mira a la barra, llama a la camarera. Pide café doble, pido un cortado. Cuando por fin todo está en orden, se decide a hablar. No tengo la menor idea de lo que se viene, como ocurre cuando un desconocido busca la Mesa de las Confesiones.
Su voz es cargada, ronca, algo quebradiza. Su voz dice:
"Ahí, en esa mesa que tenemos a medio metro estaba yo el 16 de julio de 1975. Aquel día entré al Ideal tapado de nieve, tenía un saco Kafka y parecía un esquimal. Yo era colectivero de la azul, pero vueltero, que así se los llamaba a los choferes que cubríamos los fines de semana, vacaciones y feriados y cobrábamos por vuelta recorrida. Era un martes o un miércoles y estaba ahí en esa mesa, la de la ventana sobre Rodríguez, la que quedaba justo enfrente del kiosco de doña Estrella Pavioni.
"Entonces, 16 de julio de 1975, día laborable cuando empezó a nevar... es decir cuando empezó el espectáculo. ¿Y sabe por qué? Porque muchos de los que vivíamos en este pueblo, jamás en la vida habíamos visto la nieve. Bariloche, cuanto mucho, era para los pibes que egresaban. ¡Y no para todos! Entonces fue un lujo, un lujo que nos vino de arriba, que nos cayó patentemente del cielo. Yo recuerdo minuto por minuto cómo fueron las cosas.
"Está claro que hacía un frío fatal, pero... ¿cuándo no hace frío en este pueblo? Hacía frío, pero nadie, que yo sepa, se imaginó lo que venía. Porque le digo que los copos, primero más chicos y luego más grandes, empezaron a caer temprano, a caer como decía Dante Zavatarelli, el comentarista del Gordo Muñoz, sin solución de continuidad... no sé si me explico. Empezó a nevar y no paró más... Y eso fue una fiesta, le aseguro. Acá en el Ideal el mundo se detuvo. El bar en ese tiempo era del Tío Caliyuri y del Mago Petrillo, el bar era una fiesta siempre, entonces imagínese con la nevada. Nadie hizo más nada, se lo juro por Dios, que mirar afuera, hipnotizados, como todo se pintaba de blanco. El kiosco de Estrella, los colectivos, los árboles de la plaza, los taxis, las veredas, las fachadas de los bancos. Sobre la plaza se estacionaba a doble mano entonces, era una felicidad, con esos autos maravillosos, usted lo puede imaginar: el DKW, una estanciera, el Gordini, la Rastrojero, el Torino... ¡Esos eran autos, carajo!
"Y las pibas del Colegio de Hermanas pasaban por Rodríguez y el viento les volaba el jumper, y en las escuelas a algunos pibes no los querían dejar salir a la calle a jugar con la nieve, entonces hicieron la primera revolución de sus vidas, eso fue en la Escuela 11, hasta que pudieron hacer la debida guerra con los copos de nieve. Y los muñecos de nieve por todos lados, y la felicidad chiquita de la gente... ¡Las sierras parecían la Cordillera de los Andes! Y nosotros queríamos que esa felicidad se quedara entre nosotros, por eso no barrimos la nieve de la vereda... Y las fotos, pocas fotos, porque en ese tiempo tener una cámara fotográfica era una rareza... En fin, para eso me senté acá, don. Usted era pibe, seguro, trece, catorce años, así que lo pudo ver con sus propios ojos. Por lo tanto creo que estamos autorizados a decir que de ninguna manera, en estas horas donde otra vez se está hablando de que va a nevar en Tandil, en estas horas no vamos a aceptar infundios ni estafas. ¡Porque si es aguanieve es una estafa! Así que no me vengan con bagatelas ni con pronósticos truchos. Si va a nevar alguna vez más en la vida, si va a nevar que sea como el 16 de julio de 1975... ¿se entendió?".
Le digo que sí, que está perfectamente claro. Tras lo cual, hecha su catarsis melancólica por la nevada más linda del mundo, Eduardo, que conoce las reglas, llama a la moza, paga los dos café, se levanta y se va.
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