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La banquina

En la víspera las declaraciones al diario El Eco del presidente de la Cámara Empresaria, objetando la venta ambulante de papas (entre otras cosas) en la banquina de la ruta 226, produjo un moderado revuelo. Lo de moderado viene a cuento porque -en contraposición con el siglo pasado- las polémicas parecen haberse extinguido. Polemizar no está muy bien visto, aunque hoy, por la dinámica viral de las redes sociales, sea más fácil encender la polémica, como se decía antes. Como si la polémica fuera una chispa, un fulgor que de expandirse deviene en fogata.

Más allá de la opinión que tenga cada uno sobre las impolíticas declaraciones de Bruno Cerone, vale detenernos (nunca mejor la expresión) en la banquina misma.

Viene del italiano Banchina, y fue concebida como un lugar para la detención de emergencia. La banquina, entonces, no surgió como un carril extra, y forma parte de la anomia nacional, estado que, como se sabe, rige casi todos los actos de nuestra sociedad.

Está claro que un hombre vendiendo papas en la banquina se encuentra fuera de la norma. Pero también está claro que ese hombre no nació ahí, a la vera de la ruta, que no lo trajo un plato volador, y que por lo tanto existió una circunstancia fundamental en su biografía para que ahora, bajo el rigor del invierno, esté amuchado entre las bolsas de papas esperando al cliente. Y el cliente, para poder comprarle, tiene que cometer otro acto que sólo, en el inicio de la norma, estaba reservado para la emergencia: el cliente tiene que bajar su auto a la banquina. Y son muchos los que bajan. Ir y venir a menudo por ese tramo de la 226 implica ver, por ejemplo (dato importante para Cerone) a algunos asociados de la CET comprando bolsas de papas y cebollas, como cualquiera que intenta llegar a fin de mes como puede y con lo que tiene.

La banquina es también una especie de borde, el espacio árido y fuera de lugar donde acontece un imprevisto, que generalmente resulta aciago: la avería del motor del auto, la pinchadura de una goma, o, más pedestremente, el lugar a cielo abierto para el urgente desagote de una necesidad fisiológica. Banquina y pajonales a veces suenan, sin serlo, como sinónimos.

También hay expresiones que resultan letales, puesto que al pronunciarlas nomás sabemos que algo grave puede pasar, como por ejemplo las tres palabras que resultan de la expresión morder la banquina, sobre todo en las precarias rutas argentinas.

La banquina suele ser también el sitio de la espera. El amigo Pepo Sanzano hace algunos días rompió la bomba de agua de su Ford Fiesta en la ruta, cerca de Las Flores, y debió esperar, tirado en la banquina, la calamidad de seis horas el auxilio de la grúa. Atenti porque se viene un stand up con la experiencia de la espera, donde Sanzano en trance alucinógeno llegó a ver a los tres camellos de La Biblia yendo para Belén. Quedar tirado en la banquina es otra de las figuras de la narrativa de carretera.

Irse a la banquina resulta un habitual giro lingüístico usado por la voz popular para dar cuenta de un estropicio físico o verbal, de un exabrupto que alguien comete en relación a otro o a otros. Nunca mejor el ejemplo del propio Cerone, que la hora del descargo dijo que lo que él quiere es discutir "el modelo de ciudad", donde por una ley mágica o sobrenatural se desvanecerían de las 500 mil hectáreas del partido los vendedores ambulantes de papas y otras especies. Se fue al pasto rubrica la botánica metáfora que asocia a la banquina con un impropio descarrilamiento.

Por fin y para terminar, la banquina, en viaje, suele ser un acontecimiento indeseado. La banquina, en el fluir de la vida (para decirlo con cierta poeticidad), es un destino que está cerca y está lejos. La tenemos al lado, entre la línea filosa y a veces imperceptible que divide el asfalto del pasto, y si tenemos la suerte de nunca haber caído en ella, de haber zafado de su rústica calzada, de los yuyos, de las piedras, del barro, de los cardos, si tuvimos la suerte de seguir viaje sin hambre ni frío ni sed, lo menos que podemos hacer es evitar que al observar la banquina, al mirar ese hombre, esa mujer, esas bolsas de papas como un único ser, el corazón se nos convierta en un cascote helado.

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